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La pediatría pierde a un gran pediatra por Carlos Guillermo Cárdenas D.

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CARLOS GUILLERMO CÁRDENAS D.



Cuando aún el calor daba indicios de vida celular, el cuerpo del maestro de la pediatría Américo Segundo Romero, yacía en el lecho sus últimos destellos antes del viaje eterno.  




El mismo día, 29 de marzo, que la Casa de Educación que fundara el fraile misionero Juan Ramos de Lora, después transformada en Colegio Seminario de San Buenaventura de Mérida de los Caballeros, dio origen a la Universidad.




Su dolencia cardíaca la atendimos días antes en la clínica. Los signos de sufrimiento eran tangibles. Lucía cansado y sudoroso. El tratamiento para aliviar la fatiga fue infructuoso.




Dedicó su vida a la pediatría hospitalaria y privada con devoción y dedicación. Noches de insomnio y días de inagotable actividad de la emergencia pediátrica hospitalaria. Especialidad compleja tanto en el recién nacido con la patología congénita como el niño preescolar. El niño que no es adulto pequeño. Con comportamiento fisiológico distinto al adulto. Un ser en desarrollo y crecimiento.


Américo Romero llevó una vida modesta, sin ruidos ni estridencias. Un ciudadano útil y un servidor cabal.



La dedicación lo hizo merecedor de médico de hospital. Su figura de bata blanca y rápido caminado fue su sello de identidad en la emergencia. Ya lo había sido en el Hospitalito de Niños. Con el aprendizaje adquirido en el Hospital Infantil de México y luego en la práctica hospitalaria, formó en él, el pediatra de excepcionales conocimientos como clínico y profesor. Atendió tanto al hijo del profesor, al hijo del empresario, como de los pueblos de recónditos parajes de la geografía merideña y a la madre con llanto por el dolor de su hijo.


Apadrinó nuestra promoción de médicos. El vínculo con los ahijados fue casi paternal, como un Bonus Pater Familias, buen padre de familia. Pendiente del fino detalle, la comunicación permanente y afectuosa. Los reencuentros de aniversario en lejanas tierras para compartir con sus hijos de promoción.


El discurso de graduación sin pronunciar quedó en la carpeta de archivo. Tres días antes, la universidad lloraba el trágico fallecimiento del estudiante de medicina.  


La relación padrino ahijado llegó a la amistad y al afecto del alumno hacia el maestro.  


Me correspondió controlar la afección cardíaca, que exigía tratamientos rigurosos y estrictos.


En la última visita a su casa, preguntó por el próximo reencuentro.

La Fe lo acompañó hasta los instantes finales de su ciclo vital.


Hacia sus hijos Ana, María Eugenia, Diana, Américo y Juan Romero Gutiérrez, nuestra condolencia y abrazo al despedir al maestro de la pediatría nacional, el homenaje de justicia para ese noble varón que guiado por el bien, encomendó el sano cuidado de los niños y niñas. Que con constancia sirvió de ejemplo a las más altas virtudes académicas del hospital y de la universidad, en un esfuerzo digno de maestro de juventud.



Al hombre bueno. Al ciudadano ejemplar, nuestra oración de despedida a los confines de la eternidad.


Paz a su alma.


cgcd/30 de marzo de 2021






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