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Lo que los jeques no pueden comprar

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REAL MADRID


Tras una mala primera mitad, el Madrid remonta con tres goles en una segunda parte memorable

Mbappé ya sabe lo que es el Madrid, y los jeques. Hay cosas que el dinero no puede comprar. Una de ellas es la mezcla de deporte y magia que el Madrid consigue crear en su estadio.

Llevaba el Madrid veinte años sin remontar un 1-0, pero había que intentarlo. Proceder a la parafernalia: el autobús, los moltolongos, somos los mejores, la historia, el himno, mira qué pedazo de viga… Las remontadas no son una época, son ya una institución.

Se confiaba en la tradición. Y Ancelotti decidió hacer lo mismo, y darle a la grada el partido que quería. Podía sonar contradictorio. ¿Cómo iba a darle a la grada lo que pedía haciendo su Madrid lo de siempre? No se sabía, ni se sabe aun ahora. El 4-3-3 con Modric y Kroos, de ritmo reumático en Europa, intentando sacar la pelota y todos hacia arriba a estrenar presión adelantada. Entonces parecía jjepressing porque el pressing de verdad estaba por llegar.

El Madrid salió encorajinado, como en las grandes noches. Tanto era el ardor que Kroos casi lesiona a Militao.

El Madrid presionaba, la movía con rapidez y chutaba con prontitud. Esto era irreprochable. Vinicius se iba de Achraf una y dos veces. Pero pronto se vieron los muchos riesgos que se corría en defensa en un carrera de Mbappé que le sostuvo Militao y en otra ocasión que le paró Courtois; pronto (muy pronto) la presión empezó a mostrar las costuras. Tras el furor inicial el Madrid se mostraba largo, hueco, navegable, quebradizo. Si Modric debía ayudar a sacar la pelota no podía ni soñar con llegar donde Benzema. A la altura del minuto 15, ya todo empujaba al bloque bajo. El Madrid se iba metiendo en lo que podríamos llamar su zona de confort. Ancelotti es eso: ceja alta, bloque bajo, lo que tiene una explicación. El bloque bajo solo exige individualidades y solidaridad, el bloque alto requiere algo colectivo que el Madrid no tiene.

La presión alta del Madrid dejó de ser atosigante, si lo fue en algún momento, y el PSG aprendió a superarla. Pronto se fue quedando la pelota, jugando a las cuatro esquinas con Verratti, Paredes, Messi y Neymar, casi nada.

En el Madrid había fotos tácticas, instantes, momentos y retratos posicionales muy comprometedores. Era un equipo deslavazado y tácticamente histerizado, salido de madre, que quería llegar muy rápido, y muy pronto, sin robar y sin tenerla pelota. El miedo le metió en la cueva del bloque bajo y no había manera de salir de allí, aunque Benzema lo intentó con un par de ataques de padre coraje de sus compañeros. Esos ataques eran rápidos de puro temor al contragolpe, rápidos de pura incapacidad para la combinación, y solían realizarse en inferioridad.

Tras varias ocasiones de Mbappé, Messi tuvo la suya en el 31, tras pared con Neymar. Los minutos siguientes fueron de bochorno táctico para el Madrid, incapaz otra vez de robar la pelota. Pero un gol anulado por muy poco a Mbappé revivió al Madrid. El susto, el verse sentenciado le dio unos minutos de vida y el equipo subió o intentó subir entero, como una pesada osamenta hasta el área rival. Benzema remató con peligro un buen centro de Kroos.

Pero en ese impulso casi post-morten del Madrid tras el gol que no fue fue la sentencia. Echado arriba, Carvajal, metido en honduras ofensivas, hizo algo inexplicable y le dio al PSG el balón y la banda; ante la bicoca, Neymar, con un solo toque lanzó la carrera de velocista de Mbappé, que batió a Courtois con una violencia y una plasticidad que compensan el inmenso hartazgo que su fichaje o no fichaje nos ha proporcionado.

Tras el gol, el principal problema del Madrid era encontrar la pelota, hacerse con ella. Se llegó al descanso con agonía.

Lo bueno que tiene el famoso bloque bajo es que ni siquiera hay que ser un bloque. Es la mejor forma de disimularlo. Más que bloque es montón, aglomeración, amontonamiento.

El Madrid lo intentó, pero la superioridad de Mbappé era inabordable. Los fuera de juego evitaban una carnicería.

Cuando las carreras de Mbappé estaban poniendo fin a la carrera de Carvajal, Donnarumma, como un amigo ante la presión, le regaló el balón a Vinicius, que cedióa Benzema para el gol.

Esto metió al Madrid en el partido, con la fortuna de que ya estaban Camavinga y Rodrygo en el campo. Ya estaban los jóvenes. ¡Por fin!

El Madrid ya era otro, se sentía la electricidad. La defensa estaba arriba, y Vinicius era poderoso. El PSG estaba conociendo la atmósfera, la razón del desvarío. Pasó grogui unos minutos, pero cuando recuperó la pelota el Madrid era más fuerte, más rápido. Benzema presionaba raulescamente con unas carreras de toro enrabietado. Cuanto más épico sonaba el Madrid, más débil parecía el PSG en la salida. La bravura del Madrid le iba desnudando y Vinicius tuvo una ocasión clara en el 72.

El partido era ya puro Bernabéu. Carreras despanzurrantes, jugadas en el alambre, y en el 75, tras una contra de Vinicius que él mismo había lanzado, Modric buscó por el interior a Benzema, que marcó. Modric estaba ya en uno de sus trances aeróbicos, desde más allá del cansancio y de cualquier medida del ácido láctico.

Al volver del gol, el Madrid, no se sabe cómo, aprovechó el saque de centro del rival, buscó a Vinicius, lo encontró y Benzema remató el tercero entre el desconcierto de todo el mundo. Es imposible escribirlo, es imposible explicarlo.

Diremos que remontaba el escudo, y es verdad, que al Madrid le mueve algo que es colectivo, inmaterial pero que toma forma en noches así. Pero también había una causa futbolística: jugaban los jóvenes que al principio de temporada le remontaban los partidos a Ancelotti.

Los minutos finales del Madrid fueron de éxtasis y sabiduría y el PSG no volvió a tener la pelota.

ABC







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