Mérida, Diciembre Viernes 06, 2024, 04:37 am
Mbappé
ya sabe lo que es el Madrid, y los jeques. Hay cosas que el dinero no
puede comprar. Una de ellas es la mezcla de deporte y magia que el
Madrid consigue crear en su estadio. Llevaba el Madrid veinte años
sin remontar un 1-0, pero había que intentarlo. Proceder a la
parafernalia: el autobús, los moltolongos, somos los mejores, la
historia, el himno, mira qué pedazo de viga… Las remontadas no son una
época, son ya una institución. Se
confiaba en la tradición. Y Ancelotti decidió hacer lo mismo, y darle a
la grada el partido que quería. Podía sonar contradictorio. ¿Cómo iba a
darle a la grada lo que pedía haciendo su Madrid lo de siempre? No se
sabía, ni se sabe aun ahora. El 4-3-3 con Modric y Kroos, de ritmo
reumático en Europa, intentando sacar la pelota y todos hacia arriba a
estrenar presión adelantada. Entonces parecía jjepressing porque el
pressing de verdad estaba por llegar. El Madrid salió encorajinado, como en las grandes noches. Tanto era el ardor que Kroos casi lesiona a Militao. El
Madrid presionaba, la movía con rapidez y chutaba con prontitud. Esto
era irreprochable. Vinicius se iba de Achraf una y dos veces. Pero
pronto se vieron los muchos riesgos que se corría en defensa en un
carrera de Mbappé que le sostuvo Militao y en otra ocasión que le paró
Courtois; pronto (muy pronto) la presión empezó a mostrar las costuras.
Tras el furor inicial el Madrid se mostraba largo, hueco, navegable,
quebradizo. Si Modric debía ayudar a sacar la pelota no podía ni soñar
con llegar donde Benzema. A la altura del minuto 15, ya todo empujaba al
bloque bajo. El Madrid se iba metiendo en lo que podríamos llamar su
zona de confort. Ancelotti es eso: ceja alta, bloque bajo, lo que tiene
una explicación. El bloque bajo solo exige individualidades y
solidaridad, el bloque alto requiere algo colectivo que el Madrid no
tiene. La
presión alta del Madrid dejó de ser atosigante, si lo fue en algún
momento, y el PSG aprendió a superarla. Pronto se fue quedando la
pelota, jugando a las cuatro esquinas con Verratti, Paredes, Messi y
Neymar, casi nada. En el Madrid había fotos tácticas, instantes,
momentos y retratos posicionales muy comprometedores. Era un equipo
deslavazado y tácticamente histerizado, salido de madre, que quería
llegar muy rápido, y muy pronto, sin robar y sin tenerla pelota. El
miedo le metió en la cueva del bloque bajo y no había manera de salir de
allí, aunque Benzema lo intentó con un par de ataques de padre coraje
de sus compañeros. Esos ataques eran rápidos de puro temor al
contragolpe, rápidos de pura incapacidad para la combinación, y solían
realizarse en inferioridad. Tras varias ocasiones de Mbappé, Messi
tuvo la suya en el 31, tras pared con Neymar. Los minutos siguientes
fueron de bochorno táctico para el Madrid, incapaz otra vez de robar la
pelota. Pero un gol anulado por muy poco a Mbappé revivió al Madrid. El
susto, el verse sentenciado le dio unos minutos de vida y el equipo
subió o intentó subir entero, como una pesada osamenta hasta el área
rival. Benzema remató con peligro un buen centro de Kroos. Pero en
ese impulso casi post-morten del Madrid tras el gol que no fue fue la
sentencia. Echado arriba, Carvajal, metido en honduras ofensivas, hizo
algo inexplicable y le dio al PSG el balón y la banda; ante la bicoca,
Neymar, con un solo toque lanzó la carrera de velocista de Mbappé, que
batió a Courtois con una violencia y una plasticidad que compensan el
inmenso hartazgo que su fichaje o no fichaje nos ha proporcionado. Tras el gol, el principal problema del Madrid era encontrar la pelota, hacerse con ella. Se llegó al descanso con agonía. Lo
bueno que tiene el famoso bloque bajo es que ni siquiera hay que ser un
bloque. Es la mejor forma de disimularlo. Más que bloque es montón,
aglomeración, amontonamiento. El Madrid lo intentó, pero la superioridad de Mbappé era inabordable. Los fuera de juego evitaban una carnicería. Cuando
las carreras de Mbappé estaban poniendo fin a la carrera de Carvajal,
Donnarumma, como un amigo ante la presión, le regaló el balón a
Vinicius, que cedióa Benzema para el gol. Esto metió al Madrid en
el partido, con la fortuna de que ya estaban Camavinga y Rodrygo en el
campo. Ya estaban los jóvenes. ¡Por fin! El Madrid ya era otro, se
sentía la electricidad. La defensa estaba arriba, y Vinicius era
poderoso. El PSG estaba conociendo la atmósfera, la razón del desvarío.
Pasó grogui unos minutos, pero cuando recuperó la pelota el Madrid era
más fuerte, más rápido. Benzema presionaba raulescamente con unas
carreras de toro enrabietado. Cuanto más épico sonaba el Madrid, más
débil parecía el PSG en la salida. La bravura del Madrid le iba
desnudando y Vinicius tuvo una ocasión clara en el 72. El partido
era ya puro Bernabéu. Carreras despanzurrantes, jugadas en el alambre, y
en el 75, tras una contra de Vinicius que él mismo había lanzado,
Modric buscó por el interior a Benzema, que marcó. Modric estaba ya en
uno de sus trances aeróbicos, desde más allá del cansancio y de
cualquier medida del ácido láctico. Al volver del gol, el Madrid,
no se sabe cómo, aprovechó el saque de centro del rival, buscó a
Vinicius, lo encontró y Benzema remató el tercero entre el desconcierto
de todo el mundo. Es imposible escribirlo, es imposible explicarlo. Diremos
que remontaba el escudo, y es verdad, que al Madrid le mueve algo que
es colectivo, inmaterial pero que toma forma en noches así. Pero también
había una causa futbolística: jugaban los jóvenes que al principio de
temporada le remontaban los partidos a Ancelotti. Los minutos finales del Madrid fueron de éxtasis y sabiduría y el PSG no volvió a tener la pelota. ABC