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Repugnancia ante la corrupción por Edgar Márquez

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Edgar Márquez


Dentro del esquema de valores de la venezolanidad, desde nuestra existencia como sociedad independiente, siempre ha existido una repugnancia ante los hechos de corrupción, no solo de la esfera pública (los gobiernos en sus distintos niveles), sino también del ámbito privado y las instituciones.

Es la expresión del disgusto ante los malos procedimientos de personas que traspasan los límites de la decencia y de las normas sociales, para aprovecharse de lo ajeno y de lo público, porque los bienes del tesoro nacional son de la pertenencia global, de todos, mientras que otros se aprovechan de lo privado, mediante el despojo delincuencial y a través de la especulación, en sus variadas formas, tanto en el comercio como en los servicios.

Una sociedad que busque permanecer integrada y armónica no puede darse el lujo de mantener los hechos de corrupción en su seno, pues corre el riesgo de desintegrarse humana y territorialmente hablando.
Por eso es importante que a la lista de valores incorporemos, como asunto absolutamente inédito, el de la repugnancia ante lo ilícito, lo ilegal, lo enfermizo y lo desatinado, para que no propiciemos el cambio cultural en la ciudadanía mediante la aceptación pasiva de hechos y situaciones que nos dañan en lo esencial, en lo interior de la persona, porque un hecho irregular en la administración no puede verse como una oportunidad, sino como un desafuero, un daño al tesoro público, que es de todos, sin exclusiones ni privilegios.

Un robo en un instituto de gobierno, nacional, estadal o municipal, no puede verse como un acto de viveza criolla, como el aprovechamiento de una oportunidad que se presentó o como un asunto que ya ahora es legal, porque todos los hacen. No. Se trata de un acto delictivo, de un daño patrimonial y de un ejemplo perverso para quienes mantienen la honradez dentro del sistema valorativo. 

En todo momento debemos apelar a la sensatez, entendiendo que una sociedad no puede ser conformada por ciudadanos investidos de un poder que les autoriza para arrebatar lo material, y dañar lo espiritual, en detrimento de las mayorías que ven, sumidos en la impotencia, como los bienes van a parar a las manos de gente que concibe el gobierno como un botín de guerra, como una conquista sin medida para satisfacer apetencias, que, en todo caso, demuestran que no se cree en la propia sociedad.

Esta materia debe ser objeto de estudio por especialistas en conducta humana, para encontrar explicaciones, pero que, igualmente, debe ser atendida por expertos juristas para aplicar las sanciones ejemplarizantes, con las cuales se evite la expansión del deterioro moral, espiritual y cultural.

En esta materia debemos tomar en cuenta que los tiempos en los que vivimos han sido propicios para hechos tan escandalosos que, siendo evidentes, o hasta materia de noticias, no han sido castigados y, que, al contrario, suelen ser encubiertos y pasan a las cloacas de la impunidad mediante el olvido.

De la misma manera que provocan repugnancia a ellos se asocian personas que revelan su envidia y sus deseos de que oportunidad para corromperse se les presente en su actividad, pública o privada.
La envidia no es buena consejera, debemos mantener la repugnancia y no hacer apología del delito mediante el elogio al corrupto y el sostenimiento de la envidia.




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