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El hambre inalterable

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Los jugadores del Madrid felicitan a Benzema tras su gol AFP


El Madrid consigue la Supercopa de Europa ante el Eintracht en un partido que dominó por completo

Lo difícil de ser el Madrid quizás no sea ganar como se ganó la 14, sino volver con la ambición de repetir. Quizás lo propiamente madridista no sea la magia de remontar sino la ambición maniática. En cierto modo, su obligación es olvidar lo que hizo, dejarlo en el museo, aunque la alineación de Ancelotti nos devolviera a la final de París: los mismos, los laureados, con un once y un esquema que eran una conclusión: el 4-3-3 convertido a ratos por Valverde en un 4-4-2 fue la mejor versión del Madrid, y de ahí se parte esta temporada. Ante la abundancia de centrocampistas, quizás no sea un esquema de llegada sino de partida y de recurso puntual pase a ser lo habitual.

El Eintracht, que venía de ser goleado por el Bayern, renunció a toda alegría y se replegó con mucha prudencia, casi temor. El Madrid se encontró frente a un equipo metido en su campo al que dominó, aunque al inicio no de modo abrumador. La única posibilidad de un susto era el desliz propio, y así se regaló, error del estocástico Mendy, una ocasión clara a Kamada que Courtois paró prolongando una sensación de continuidad, como si su estirada hubiera empezado ya al final de la temporada anterior, como un puente que cruzara el verano.

El Madrid dominaba posicionalmente. Con ese equipo es normal que lo haga, pero tenía algunas dificultades con la velocidad y el espacio (las magnitudes ‘xavianas’). Se buscaba a Vinicius, que imantaba rivales, o a Valverde, que sí pudo correr por su banda en el minuto 17, un gran pase que acabó en ocasión de Vinicius salvada por Tuta.

Con meros punteos, ya empezaba a hacerse notar Modric, fluctuando entre el pivote y la mediapunta, con tendencia a centrarse ante la ocupación de la banda por Valverde.

Pero el ataque aun era más bien espeso, apenas sin espacios, con pocos regates. Como se diría ahora: no se ‘atacaba el espacio’, no se ‘superaba línea’, aunque el partido lo tenía el Madrid en sus manos bien dominado.

Faltaba, como tantas veces antes, la agitación, el elemento provocador que se encarna en Vinicius, que en el minuto 37 se fabricó una jugada al estilo de su gol en Manchester hace unos meses: se fue de espaldas, encaró directo y chutó con mucho peligro. Forzó el córner, la parada de Trapp, y esa fue la acción provocadora, pues de ahí vendría el gol, en un balón ganado titánicamente de cabeza por Benzema, tocado luego por Casemiro y rematado por Alaba. El tanto demostraba el poder colectivo aéreo del Madrid y nos recordaba una de sus vías de peligro, el balón parado, que podría serlo este año como lo fue en la penúltima liga, con Zidane, tan importante para la reconstrucción de este Madrid.

Fútbol maduro y experto

Con casi un 4-4-2, con Valverde en sucesivas iteraciones por su lado, y con un gran dominio de la posición y de la pelota (debería haber una medición de ambas cosas, no solo de la pelota sino de la pelota y de la ocupación militar del campo ajeno), con todo eso controlado, con un fútbol experto, maduro y sabio, de mucho centro del campo, quizás se le haga necesario al Madrid aprovechar el balón parado, una nueva economía de gol, recurso escasísimo ante rivales blindados.

El 1-0 aumentó el respeto del Eintracht, que no se aventuró. Benzema pudo marcar otro antes del descanso, Vinicius a la altura del 55, Casemiro con un tiro al larguero… El Madrid mantenía su dominio y jugaba mucho mejor. Valverde remachaba la banda con Carvajal reforzando la sensación de equipo acorazado y Militao era el último y rítmico limpiaparabrisas.

La seriedad del Madrid era impropia de agosto y de la Supercopa. Recordaba la de aquellos equipos italianos: el Milan de Capello, la Juve de Lippi… los mejores siendo además mejores en conjunto. Los atributos dictatoriales de Casemiro parecían una simple amenaza, un recordatorio del potencial real no exhibido, como si no pudiera evitar mandar así en el campo.

Solo faltaba por aparecer la pareja, Ginger y Fred, y cuando Vinicius pudo ser extremo y correr, asistió a Benzema para el 2-0. Cuando el Eintracht quiso reaccionar, claro, ya era tarde. Añadió atacantes y eso regaló espacios al Madrid, oportunidades para el disfrute. El partido había ido pasando con naturalidad por sucesivas estaciones, del invierno a la primavera de contragolpes, como inexorables equinoccios de la superioridad del Madrid.

Cuando llegaron los cambios, Rudiger fue lateral derecho (se estudia su uso como comodín), Ceballos un falso extremo por Vinicius y Tchouaméni se colocó de interior.

El Madrid ha fortalecido su base, lo basal, y se expresa casi totalmente con centrocampistas. Será más fuerte y sabrá tener más la pelota, modernísimo sin dejar de ser clásico. Será por ello más difícil sacarle del partido como le sacaron varias veces la temporada pasada. El gol es la incógnita, pero ¿no es siempre el gol un misterio? Es el expediente mágico que este Madrid se guarda. Todo lo demás parece bajo control.

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