Mérida, Abril Jueves 18, 2024, 08:13 am
Escribo este artículo todavía impactado por la triste noticia del
inesperado fallecimiento del novelista y polemista español Javier Marías
(Madrid: 1951-2022), ocurrido hoy domingo 11 de septiembre a primera
hora de la tarde madrileña. Se lo llevó una neumonía, pero tal vez toda
una vida trajinando el cigarrillo y el enorme estrés de la creación de
una obra. De él podría decir muchos lugares comunes: uno de los grandes,
la mejor pluma española de los últimos 50 años, se merecía el Premio
Nobel (que siempre le fue negado), con él se cierra una época, su voz
predicó en el desierto de nuestra mediocridad e inmediatez, y muchas
cosas más. Y todos serían válidos. Sin embargo, quiero dedicarle estas
cuartillas con el agradecimiento de haber sido uno de mis escritores de
cabecera, de haber azuzado en mí las ansias de elevar la prosa a niveles
superlativos, a buscar comienzos de novela que enganchen y sean
recordados para siempre, a no contentarme con cualquier cosa, a indagar
más allá de lo previsible para internarme en los intersticios de las
historias y de los personajes.
La prosa novelística de Javier
Marías no es fácil, requiere de los lectores mucho seso para internarse
en los densos territorios de su propuesta literaria. Sus textos
narrativos son milimétricamente construidos, nada hay en ellos que sobre
ni que falte: sus tramas se hilvanan desde la razón, pero también desde
las emociones, lo que produce en el lector un impacto tremendo. La
narrativa de Marías es de elevada factura, jamás cae en el territorio de
lo marginal, de lo execrable o de lo chabacano, lo que lleva a muchos a
calificarla de elitista e inalcanzable, olvidándose (quienes así
opinan) que los creadores estamos en la obligación de tocar la esencia
de lo humano, y que ello no debería estar en contraposición con un buen
leguaje.
Fascina en Marías su manera de narrar desde una voz que
medita y se formula serias interrogantes, como si fuera la voz del
autor, pero sabemos que no es él. Es “alguien” puesto allí para
interpelarnos, para llevarnos a pensar, a indagar, a dudar, a ver más
allá de nuestra cortedad de miras, pero sin revelar más de lo que es
debido. En este sentido, la voz avanza y retrocede, dice y se desdice,
aclara y oscurece. Esa suerte de péndulo narrativo, o de oscilación, nos
empuja a meterle cabeza a lo contado, a intentar indagar en la letra
pequeña, en los susurros, en los juegos que el narrador hace con sus
lectores. Si bien es cierto que el lector poco avezado se ve en serias
dificultades para internarse al comienzo de lo contado, por ese juego de
palabras que inserta el narrador como abrebocas (cuyos intríngulis
traen consigo pequeñas pistas para lo que vendrá), una vez que logra
sortear esos inconvenientes, queda atrapado hasta el final, sin
posibilidad alguna de tomar salidas intermedias. Es improbable dejar a
medio camino una narración de Marías, porque como en un tobogán, el
narrador nos lleva siempre de la mano hacia un desenlace, que muchas
veces es posible de intuir, pero nos asaltarán las dudas y avanzaremos
sin rémoras hasta poner con él, y gozosos, el punto final.
Pero
Javier Marías no solo fue novelas, sino que también se adentró con éxito
en los territorios del cuento, el ensayo, la biografía y los artículos
de opinión. Con respecto a estos últimos, los lectores desprevenidos
tuvimos la suerte de tener en nuestras manos las compilaciones que la
editorial Alfaguara preparaba cada cierto tiempo con sus columnas de
prensa. Como articulista hallamos a un Marías mordaz, incisivo,
perdonavidas, que analiza con criterio rompedor episodios de la
cotidianidad, de la política y de la cultura, sin que nada se le escape.
A pesar de la fugacidad del texto de opinión, que pierde vigencia a
pasos acelerados, leemos sus artículos y aunque los hechos contados ya
no nos van ni nos vienen por el paso del tiempo, disfrutamos enormemente
de una prosa no exenta de fino humor, en donde el autor se nos muestra
como un intelectual agudo, que increpa su tiempo histórico, que fija
posición y hasta se gana enemigos.
En lo particular me gusta más
el Marías articulista, porque desde su visión de cada semana podemos
sopesar con precisión los cambios paulatinos de la época que nos
corresponde vivir, las intermitencias del devenir histórico, los
quiebres y sobresaltos de la curva civilizatoria, la complejidad de unos
tiempos que hacen de nosotros sujetos activos de nuestra dinámica
social. Es María un sensible termómetro del acontecer español y del
mundo, y su palabra jamás es condescendiente; todo lo contrario:
increpa, azuza, acusa, se burla, interpela, insulta, se enoja, se ríe,
se lamenta y hasta hace mea culpa de sus errores y jura no volver a transitar los mismos territorios.
No
obstante, hallamos en sus artículos al Marías amante de la cultura y de
la familia, al ser humano a quien no le importa mostrar sus
sentimientos más profundos. Es el hijo que admiró a su padre (a quien
España le negó todo reconocimiento), el amigo que lamenta la partida de
familiares y de amigos, el artista sensible que se emociona al hablarnos
de los objetos amados; el intelectual y el creador que se resistió a
escribir en ordenador.
En fin, el Javier Marías autor consagrado,
pero también el hombre de su tiempo, a quien echaremos de menos ahora
que ha partido de este mundo.
rigilo99@gmail.com
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