Mérida, Diciembre Domingo 10, 2023, 06:36 am
El Barcelona había apabullado a los equipos ligueros y había sufrido con los europeos. El Madrid es el campeón de Europa. Con eso estaba todo dicho, pero cabía la posibilidad de la relajación, o de que Ancelotti intentara algo extraño, como la temporada anterior. No fue así. El Madrid salió presionando al Barcelona desde el principio, marcando el ritmo e sus mejores noches, y a los pocos minutos, tras ese zafarrancho, se instaló en su repliegue característico, su estar agazapado, su latencia contragolpeadora.
El Barcelona mostraba, como primeras formas de vida ofensiva dos cosas: De Jong superando a Kroos y el descenso de Lewandowski a la media para lanzar a Dembele. Ni la una ni la otra volvieron a repetirse. El Madrid estuvo atento, con un nivel 'europeo' de atención. Era muy interesante ver los emparejamientos en la media: Tchouameni se encargaba de Pedri. Lo sentenció.
Afianzada la defensa, el Madrid tenía su misma e irreprimible forma de atacar: la banda izquierda. Y por allí, muy pronto, llegó el gol. Kroos atrajo a los medios y lanzó a Vinicius tras la espalda de toda la defensa. Parecía una acción sencilla, pero con su elección del instante, Kroos superaba dos líneas. El resto del trabajo lo hacía Vinicius, la flecha y martillo pilón de la competición; tocó en Stegen y el rechace lo aprovechó Benzema, lustrando su primer Balón de Oro.
Tras el gol, y al igual que en el inicio del partido, el Madrid tuvo un momento de euforia donde subió mucho las líneas. Los arranques de Valverde devastaban los intentos posicionales del Barcelona. Valverde mandaba muy lejos el balón, la jugada, al equipo, el partido entero… Entre la compostura táctica y la inteligencia de Benzema y los juiciosos medios del Madrid, Valverde y Vinicius reventaban el juego con sus explosiones…
A ese arreón del Madrid le volvió a seguir un prudente repliegue. Un dominio mitad conseguido mitad concesión. Ahí el Barcelona intentó meterse en el partido. La única aparición de Pedri originó una ocasión: pase de Raphinha para el remate tardío de Lewandowski. Luego hubo otra de Sergi Roberto aprovechando ese movimiento hacia dentro de Lewandowski, el mayor peligro culé. Realmente, su única flecha táctica, el único vector peligroso y brillante en una difusa mediocridad.
Pero la posesión del Barcelona, sostenida durante unos minutos, ocultaba, a poco que se mirase bien, la desaparición de Pedri y Dembéle, idos por completo del partido, sepultados bajo un buen sistema de ayudas de la defensa del Madrid.
Tenía más seriedad defensiva que el Barcelona, un equipo blando y débil en defensa. De consistencia inferior. Por eso, un error de Eric García le llegó a Vinicius al borde del área, y en lugar de desbocarse con carreras, caliente como venía de una amarilla por protestar, repensó la jugada, la cedió para Mendy y Tchouameni (de nuevo en las dos áreas) y acabó en Valverde, que marcó el 2-0 con zambombazo de fuera del área. Tras unos minutos de expectativa, Valverde devolvía al Madrid a la temperatura del Clásico. Siempre juega a un ritmo incandescente que conecta con la grada y con el espíritu del partido. Valverde nos recuerda todo lo que está en juego.
A partir de ahí y hasta el descanso, el Madrid demostró una gran superioridad, una inteligencia suprema en los toques y opciones de Kroos y Modric, como si revelara ahí o ahí desembocara, desde arriba, una superioridad institucional. No vencía un sistema, o un estilo, se imponía una pirámide organizativa que se hacía fútbol de Kroos y mirada en Ancelotti.
El Barcelona es débil en defensa, un hojaldre táctico, así que las jugadas se le dibujaban solas al Madrid y parecía más cerca el tercero que el primero. Ya fuera a la contra o en ataques posicionales. Hasta se oyeron los inoportunos olés que siempre abortan la jugada.
Xavi tenía que cambiar y como quien agita un manzano dio entrada a Ferran, Gavi, y Alba, individuos claramente energéticos que poco podrían hacer ante la superioridad táctica y física del rival.
El Madrid estaba dispuesto para el contragolpe. Ya no agazapado a su estilo felino, sino más aculado. Casi se diría que estaba cómodo, repanchingado. No tiene, tradicionalmente, el colmillo retorcido para momentos así. No busca la humillación, la 'manita', y pudiendo hacer sangre con un Barcelona en horas bajas, la sensación que transmitía era de correcta sobriedad. Sin más.
Estaba tranquilo el Madrid. El gran peligro culé, Lewandowski, era anulado por completo por Militao, duelo que resumía la hegemonía de la Liga. Si apretaban, llegaban fácilmente al área rival, pero con más efectismo que letalidad, como si por dentro hubiera cundido una íntima relajación en el Madrid.
El partido era un trámite cumplido muy pronto. La retórica publicitaria del 'Clásico' exigirá maquillar la realidad: que el Madrid es superior hombre por hombre, pero de un modo además total, en todas las dimensiones del fútbol, en ataque y en defensa.
Sintiéndose así, y (repetimos) sin el nervio para la humillación del rival, el Madrid se relajó y el Barça ya tenía la rabia de Gavi, la rauxa, el nervio en sus tacklings. Por ahí llegó el 2-1, con una gran jugada de Fati para Ferran.
El Madrid, muy relajado, no conseguía dejar su puerta a cero, otra vez, y aun pudo marcar Fati, el más vivo del Barça, en otra ocasión, con el Madrid entre cambios y ovaciones.
Otras veces, con 2-1 hubiera habido preocupación, murmullo, temblor en el estadio, pero no lo había. En absoluto. Y en el 89, Eric García, maternal y generoso, le hacía un penalti a Rodrygo que él mismo marcó. El 3-1, sin embargo, no reflejaba del todo la superioridad del Madrid. Se antoja mayor.
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