Mérida, Septiembre Miércoles 18, 2024, 08:29 am
La deshonra de la actividad política,
concebida como la dirección de los asuntos del Estado, desde varios niveles
territoriales, todos enlazados, en Venezuela ha tenido unas manifestaciones
percibidas no solo en las encuestas de opinión pública, sino también en las
propias elecciones y en el hecho de que millones de compatriotas se han
ausentado del territorio por no percibir garantías para asegurar el futuro.
Esa ausencia de garantías o no
avizorar un porvenir venturoso es algo que compromete (y cuestiona) el
desempeño tanto del gobierno, del régimen gobernante, como de la propia
oposición. Término este último que se debería reformular, porque es más
aplicable a la incidencia parlamentaria clásica (y aquí no la hay), donde unos
se oponen a otros, cuestionan y votan en contra.
En los meses recientes se han venido
dando a conocer los resultados de revisiones de la opinión de los venezolanos
sobre el desempeño de los políticos. De un modo general, sin precisar estratos,
ciudades o lugares, los números revelan que en un ochenta por ciento los
encuestados (y eso es aproximado con la realidad global) no están de acuerdo ni
con unos ni con otros.
Es decir, hay un inmenso espacio
poblacional donde no han calado los mensajes, tanto de los gobernantes, con su
inmensa capacidad mediática (advirtiendo que cada día más venezolanos ven la
televisión extranjera), ni tampoco los de los factores que adversan y sus
famosas redes sociales, tan distorsionantes como generadoras de confusión y
desaliento. Tanto que hay un sector importante que ahora solo usa su teléfono
para acceder a chistes, música y mensajes preelaborados.
En ese eslabón poblacional, donde hay
desaliento, desconfianza y a la vez esperanzada observación, ha incidido
también el hecho de que hace varios años se desplegó una estrategia para
suplantar el viejo liderazgo partidista adeco – copeyano – masista por una
nueva generación de estudiantes universitarios y de políticos de nuevo cuño
(Capriles. López, Borges, etc.).
Esa tarea tuvo como soporte el canal
de televisión Globovisión, en manos privadas, cuando aquella señal superaba por
horas (diarias) u horarios al recio proyecto comunicacional de Gustavo Cisneros
(Venevisión). La imagen, propiedad de Machado y Ravell, dominaba la escena
nacional y cualquier dirigente que no fuera joven aparecía con rareza. Los
entonces productores de los programas de opinión y sus conductores eran de
invitaciones, agasajos y se consideraban figuras, que, en la realidad de los
hechos, no eran.
Pues bien, esa generación joven
despertó las emociones y ahí quedó, en medio de un recuerdo, y ahora aparece
altamente cuestionada por su vinculación con hechos no perfectamente aclarados
pública y judicialmente, lo cual es otro de los factores, y en estos meses el
más importante, para el descrédito de la política, como acción en favor del
bien común general.
En razón de todo ello, creo que los
políticos con figuración importante deben ser personas con plena madurez,
personal, profesional, familiar e intelectual (ideológica) para evitar los
quiebres emocionales, morales, éticos y principistas, y las debilidades no solo
derivadas de las ambiciones de dinero y figuración, sino también de creer que
por ser jóvenes todo lo pueden y que, además, se puede engañar impunemente.