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El espíritu de la razón por Ricardo Gil Otaiza

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Ricardo Gil Otaiza


Desde muy joven, cuando comencé a escribir y a publicar, me he hecho esta acuciante pregunta: ¿por qué escribo? Hasta hoy no tengo una respuesta definitiva, que sea concluyente y cierre mi inquietud, porque día a día hallo nuevas razones y sinrazones. No se crean, no es nada sencillo estar toda una vida, suceda lo que suceda, frente a una máquina desvelando lo que la razón me dicta.

Ahora bien, no siempre es la razón la que me dicta, a veces me he visto azuzado por las emociones y por los sentimientos, y éstos, qué duda cabe, muchas veces no pasan por el gran tamiz del intelecto, sino que los esboza el corazón, la piel, o lo que no puedes definir de una manera exacta, y te empuja algo “instintivo”, si se quiere: alejado de todo argumento, pero lo sigues, te sometes a sus leyes y dictados, te internas por esos pedregosos caminos y te vas, das rienda suelta a la palabra, te escapas a toda sujeción, huyes de las preconcepciones, te asomas desde tu trinchera de papel y desde allí atisbas, oteas, percibes, analizas, increpas, opinas, y el proceso se hace cada vez más complejo, porque se entrecruzan variables, se cotejan ideas y nociones, se vislumbran nuevas orillas y se abre el espíritu de la razón.

El espíritu de la razón no es necesariamente lo que puede ser probado y replicado desde el método científico. Es, eso sí, lo que nace de tu interioridad, lo que yace en tus más profundos intersticios, lo que se anida en ese magma primigenio que te constituye, y das el gran salto, rompes con muchas ataduras, te deslastras de teorías, teoremas, hipótesis y demás, para centrarte en lo que grita tu conciencia, que es en sí, tu espíritu, tu esencia: ese halo fabuloso que no puedes tocar con las manos, pero sabes que está allí, en tu fuero, en tu intimidad, en la conversación de “tú versus tú”; el Yo profundo.

Y te vas a contracorriente, chocas con el mundo y sus atavismos, llegas presuroso a ninguna parte y te hallas en medio de un desierto, pero no te amilanas, no sucumbes, sigues avanzando a pesar de las dificultades, prosigues a pesar del esfuerzo sobrehumano que esto implica, estás fatigado, a veces herido y confuso, pero con la voz temblorosa le gritas al mundo lo que ahí está, y eso te basta, y ya no te importan los demás ni sus cursis diatribas, no aspiras al reconocimiento, el ego está en su sitio, ecuánime y sosegado, pero sientes esa cosquillita profunda que te hace sentir satisfecho con lo alcanzado, libre de ataduras, liviano hasta lo inverosímil, y te dices, no sin asombro ni perplejidad: ¡lo he alcanzado!

El espíritu de la razón es ver siempre el otro lado de la moneda, es mirar más allá del horizonte, es empinarse por sobre la realidad y hacer de ese ejercicio una fuente segura de observación, es reconocer que puedes equivocarte, que no eres infalible, que yerras cuando menos lo piensas, que te resbalas a cada paso, que lo impredecible es una constante, que nada está dado, que son tus pasos los que empujan los hechos y cristalizan los resultados, que vives montado sobre los hombros del pasado, que los paradigmas no son infalibles e inamovibles, que todo cambia segundo a segundo.

No escribes para que los otros te quieran, suele ser lo contrario: que con cada plumazo se desaten agrestes pasiones y tormentas, que la contradicción puede salirte al paso y es entonces cuando reconoces que la verdad es también ambivalente, y que esto no es relativismo moral, y entonces te rascas la cabeza del asombro y te remueves en la silla, bebes un sorbo de café, sacas la cabeza por la ventana, tomas una bocanada de aire fresco y ya lo tienes, está ahí, frente a ti: nada permanece.

Escribes a pesar de las molestias, o precisamente por ellas, sabes que tus posiciones no siempre son sutiles, que se bañan en aguas torrentosas y te llevan por empinadas colinas, y sufres, te abates, te incomodas, pero nada puedes hacer, pensar es también el vacío, no se puede moldear con las manos, escapa de ti y como mariposa revolotea en el aire, se va y retorna, arguye y lastima, se asiente o se rechaza, pero jamás será la indiferencia, y es peor no decirlo, callarlo por cobardía, o para no perder la amistad, o para quedar bien con un hermano, y a la final será lo mismo estar o no de acuerdo, cada cual hará lo que le venga en gana y es cuesta arriba hacer retroceder, porque cada persona siente a la razón de su parte, y eso es muy humano y hasta instintivo de la especie, pero no lo es si por esa “razón” dañas al otro o tuerces malamente su destino.

El espíritu de la razón nos dice precisamente que no siempre se tiene la razón, y que entra por oscuras veredas, que transita en noches oscuras, y se adormece y entumece cuando menos lo esperas, se fosiliza casi siempre, se encapsula para no ver lo que hay que ver, se tapa los ojos frente a la realidad que no suele tener dobleces, sino que se muestra tal como es, limpia y cruda, dura y fantasmal, y es allí cuando despiertas, y te recriminas con fuerza, te dices a ti mismo que fallaste y que hay que huir, pero a veces se hace tarde y el crepúsculo se ha aposentado en tu alma, y te duele hasta el alma, pierdes el sueño y la calma, lloras en la soledad, recoges tus pasos, sientes que ha llegado así el final, que ya nada es posible, pero es aquí cuando te equivocas, y dejas pasar la gran oportunidad de repensar tu pensamiento y tus acciones.

rigilo99@gmail.com                                        





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