Mérida, Diciembre Domingo 10, 2023, 04:40 pm

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Censura y literatura por Ricardo Gil Otaiza

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Censura y literatura por Ricardo Gil Otaiza


Los libros nunca se han llevado bien con la estupidez humana: de hecho, buscan neutralizarla, desaparecerla de la actuación de quienes la ostentan, abrir la mente a la luz de las ideas y enrumbar al ser hacia nuevos y mayores derroteros, pero ha habido tiempos en los que tontos disfrazados de árbitros y de impolutos jueces, levantan su dedo contra los libros y deciden destruirlos, echarlos en una pira, ponerles un sello de “prohibido”, castigar a quienes se acerquen a ellos por temor a lo que dicen y cuentan, y la historia nos recuerda a la famosa “hoguera de las vanidades”, promovida en Florencia a finales del siglo XV por Savonarola, en donde fueron incinerados centenares de libros de gran valía, de portentosos clásicos, al ser señalados de inmorales.

Pues bien, esos ominosos tiempos han regresado y leemos con estupor la fuerte censura a la que están siendo sometidas decenas de obras literarias, por atentar contra la exquisita sensibilidad de quienes se sienten ofendidos porque autores de ayer, que ya no están desde hace tiempo en este mundo, escribieron cuestiones que en sus tiempos eran normales y corrientes y que hoy son mal vistas por personas a las que les molesta que se digan las cosas por su nombre, y al tratarse de cuestiones “políticamente incorrectas” (referencias al color de la piel o a la contextura física, apodos relacionados con defectos físicos, religiosidad, sexualidad y origen étnico) se erizan como energúmenos y exigen que dichas obras sean sacadas de circulación o en su defecto modificadas en su escritura original, para que estén contestes con sus aspiraciones de no ser “mancilladas” con alusiones que las ofenden y las ponen en minusvalía frente a los otras.

La fragilidad psíquica de muchos es tal, que no soportan ni siquiera referencias en las obras literarias a condiciones personales que supuestamente los afectan, lo que a todas luces es tonto y hasta risible, porque no dejamos de tener “cierta condición” porque se prohíba su mención pública y se haga un incómodo silencio, y tapar el sol con un dedo no es la solución, ya que como diría mi madre con toda la razón: “la procesión se lleva por dentro”, y somos nosotros los que debemos trabajar muy duro para superarla a lo interior, pero no imponerles a los otros una censura y obligarlos a que no digan lo que sientan y piensan, y mucho menos que lo escriban en libros, porque cuando se llega a esos extremos estamos sencillamente coartando un principio fundamental: la libertad de expresión y de creación, y vulnerándose su derecho intelectual.

Hay quienes dicen que esto acontece porque se trata de una “generación de cristal”, muy sensible y de piel muy delicada, pero no lo creo, porque también veo en estos menesteres a gente de edades provectas (no puedo escribir la palabrita demonizada), que se han puesto a la “moda” y ahora son más papistas que el Papa, y todo lo condenan y critican hasta el extremo de convertirse en personas tóxicas y fastidiosas, que a cada instante pretenden corregir a sus interlocutores, y como ahora tienen en sus manos las redes sociales, sobre todo a Twitter, pues la han tomado como su trinchera, y líbrenos Dios de escribir algo “incorrecto” a sus ojos y gustos, porque nos mientan la madre en público y nos mandan a freír espárragos, y no contentos con la afrenta denuncian la cuenta y se unen a otros (con juventudes acumuladas como ellos), y se afanan con decisión y odio para que la cierren.

Resulta inadmisible el que muchas editoriales se presten al juego de la hipersensibilidad estética, y se hayan dado a la tarea de corregir o de reescribir obras clásicas en su género, tanto en sus títulos como en sus contenidos (con la anuencia de los herederos cuando es el caso, y si las obras ya está libres de restricciones, pues lo hacen a la libre), irrespetando al difunto autor, vulnerando su proceso creativo, mancillando sus páginas al quitar adjetivos (sobre todo) que consideran “malos” y los sustituyen por palabras fofas, que dicen pero no dicen, que a nadie molestan, pero que tergiversan la propuesta original, abofetean a sus creadores, y nos muestran con claridad la vulnerabilidad de nuestro tiempo, de su gran hipocresía; de su tamaña y tosca bolsería.

Hay ya en el mercado obras corregidas y modificadas de varios autores del ayer (Agatha Christie, Roald Dahl e Ian Lancaster Fleming), y se estima que en los próximos años suceda lo mismo con los libros de muchos otros. Incluso se ha llegado a insinuar que se adelanta la corrección de algunos de los libros de la saga de Harry Potter de J.K. Rowling, y se han interpuesto acciones legales en algunos países como los Estados Unidos y Canadá para sacar los libros de las librerías, por el cuestionamiento de ciertos grupos de fanáticos que deploran la noción de la magia y la hechicería desde lo religioso, pero hasta ahora las acciones han sido infructuosas.

Los ímpetus censores en Occidente están a toda máquina, y ni se diga en países fuera de su espectro: no nos olvidemos del tristemente célebre caso de Salman Rushdie y Los versos satánicos, que por poco le cuesta la vida al autor. Eso sin contar que no se trata solo de la literatura: la censura abarca a todas las artes. En Mérida le pusieron una pantaleta a la estatua América (o La India) de Manuel de la Fuente, y a la final terminó mutilada por la “delincuencia”.

rigilo99@gmail.com





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