Mérida, Octubre Domingo 13, 2024, 06:00 pm
Aquí
yace una
anécdota
Fui
un hombre
que
me respeté
a
mí mismo.
Chino
Un poeta de gran peso
intelectual, un cazador de estrellas y creador de un río de palabras -y de
pensamiento- que van abordando hechos que brillan como la ira de Luzbel, cuando
se anuncia un nuevo paraíso por encima de un proceso de iniquidades. Cantado
por las montañas y ríos que atraviesan su lugar de origen, este poeta soportó todo
aquello que hoy también viven otros, como aquella clarividencia que pudo
convertir a algunos en poetas malditos, en medio de la enfermedad que la
carcoma burocrática y la ideología oficial han venido asumiendo sobre todo lo
existente, y que realmente ha carcomido y destrozado todo aquello que florecía
a fuerza de trabajo e investigación.
Los condenados de la tierra
forman una sola y única raza de predestinados a la cual estaba encomendado el
futuro del hombre. Todo lo que haya que contar esta crónica memorable sobre
este extraordinario hacedor de la palabra poética, El Chino Valera Mora, revela
que él era un juglar para que Dios se sintiera agradecido de tanta hermosura
echada en sus párpados de amores más allá de cualquier indisposición, en
aquellos tiempos en que el poeta venía a vaciar esas copas al sol de Mérida, Caracas
y Roma, donde vivió, y donde fue haciendo un ovillo de palabras que juntaban un
carrete rodando por una pendiente, como nos señala Manuel Bermúdez en un
conocido texto homenaje.
El Chino Víctor era un poeta de la generación
del 58. Nació en Valera, estado Trujillo, un 27 de Septiembre de 1935, hijo de
Antonio Isidro Valera y de Elena Mora. Su vida transcurre en san Juan de los
Morros, estado Guárico. En 1951, en plena adolescencia, debe trasladarse desde
Valera: a aquella población del llano venezolano donde estudia el bachillerato,
y luego se va a la ciudad de Caracas, donde obtiene el título de sociólogo en
la Universidad Central de Venezuela (UCV). Ejerce la docencia en algunos
liceos, y va a ser parte de la lucha por la liberación, la cual va a compartir
con la poesía a través de panfletos, volantes y escritos políticos. En esa
época va a fundar junto a otros intelectuales y artistas plásticos el núcleo
iconoclasta “La Pandilla de Lautréamont”, integrado por Mario Abreu, Luis Camilo Guevara, Caupolicán Ovalles
y Ángel Eduardo Acevedo. Este último aún vive en Mérida, y ha sido olvidado,
incluso siendo uno de esa generación de vanguardia que en la poesía venezolana
transformaron las viejas formas de hacer literatura.
A finales de los años 60,
Valera Mora llega a Mérida, y va a laborar en el Departamento de Planificación
de la Universidad de los Andes por un largo tiempo, y regresa a Caracas en los
años 70 para trabajar en el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), en la
dirección de recursos humanos y en la gran papelería del mundo: la famosa
biblioteca ambulante de los hermanos Víctor Manuel y Caupolicán Ovalles. En El Chino va existir un
luchador permanente, y como lo refiere Luis Perozo Cervantes en su portal, este
poeta revolucionario (nada que ver
con el reformismo de hoy), comprometido con las luchas del mundo, se va atrever
a estudiar los procesos propios del país.
Este intelectual formado en
las incandescentes batallas de la palabra y la insurgencia política va a generar
un pensar en palabreo rebelde, entregado conscientemente a su bohemía y al
desarraigo existencial. El poeta parece instalarse en la palabra ahogada en el
vino del amor sin condiciones, que a su vez forja la conciencia remordida por
lo que se deja de decir. O hacer.
Su padre fue un obrero que
falleció de tuberculosis, y su madre una campesina que va a dar todo por ese
hijo, y quien luego va expresar su propia historia en algunos textos.
Perteneció al grupo literario La
República del Este, “la república del sol naciente que no tiene más
oposición que las sombras de la noche” según decía Orlando Araujo en Crónicas de Caña y Muerte.
Los accidentes de su vida
fueron de los más ricos en hechos amorosos súbitos y casi siempre subversivos, tal
vez fieles a los viejos rencores y a las
disciplinas de partidos. Era un hombre demasiado entretenido que escribía con
letra menuda.
Contar sobre su vida es
descifrar lo que se mueve en el corte único que nos revelan sus textos poéticos:
Lo mío es un masseratti
tres litros/ una potente máquina/ una agónica agonía de turbinas/ mejor si trae
consigo los sonetos de Orfeo.
Una poesía que es, con
seguridad, de las más honestas y menos engolada que podamos tener entre
nosotros. Un poeta sin padrinos que nunca recibió medallas, ni el más modesto
reconocimiento literario, ni mucho menos títulos que fueran otro objeto de
consumo que no fuera un libro.
En estos poemas suyos, el
desafuero que expresa es de la más alta estirpe racional y clásica que haya
conocido la poesía venezolana; como una suerte de canto de amor loco,
Porque todo principio
estalla en presagios/ todo fuego heredado o abolido es divergente/ aun lo que consume
al solitario diverge/el grito de un hombre en su jaula invisible/ nos hace
tocar la piedra humeante del destino.
Su amigo Ángel Eduardo
Acevedo señala sobre Víctor Manuel Valera Mora que “su imagen tan ligada a mi
existencia y a mis sobreflotaciones figura entre las de mis amigos más
escogidos, en vida o en muerte, para comunicarme lo imprescindible”.
El Chino vivió para escribir
lo más desafiantes poemas. Gabriel Jiménez Emán recuerda al Chino Valera Mora en
Caracas, en las barras del Vecchio o La
bajada, en pleno auge de la salsa, entre los cantores de América y el rock,
cuando desde Sabana Grande se forjaban proyectos para una República que iba más
allá del Este geográfico: una república de ilusos que soñaban sin cesar con un
país mejor: una utopía.
Continúa Jiménez Emán: “Vinieron
reacomodos, democracias ficticias, saqueos previstos, y repúblicas de corrupción
que pasaron ante los ojos iracundos de otros grandes: Ludovico Silva, Orlando
Araujo, Baica Dávalos. Ellos tres, con el Chino y ahora con Miyó, son los
muertos que más nos duelen, pero no importa: no se pierden de nada. Ellos en
sus páginas crearon, sin saberlo, una república mejor, un país de sueños
inmortales. Aquel hombre de luchas y quien fue un militante de la poesía y de los
sueños organizados en el Partido de la Revolución Venezolana (PRV), de la mano
del comandante Douglas Bravo, quien nos expresaba que nunca lo vio mendigando
una embajada o agregado cultural”.
El poeta no sabía por qué le
decían el Chino, “porque más cara de Chino tengo, cara de indio timotocuicas”.
En 1952 se incorpora a la juventud Comunista, a través de Rafael Ángel
Hernández, dirigente de la juventud comunista, que era el contacto con Jesús
Farías, en la penitenciaría de San juan de Los Morros.
Nací de parto bravo/ y
vivo sin dolerle a nadie
(Canción del Soldado
Justo)
Si me tapan los oídos
con que oigo/ a mis hermanos pálidos y hambrientos/ hablaré seriamente con el
aire/ para que se abra paso hasta los sesos
El Chino Valera Mora
publicó, entre otros libros: Canción del
Soldado Justo (1961), Amanecí de Bala
(1971), Con un Pie en el Estribo
(1972), 70 Poemas Stalinistas (1979),
Del Ridículo Arte de Componer Poesía
(1994); publicación póstuma que recoge la producción poética del Chino Valera
Mora entre 1979 y 1984. Vivió en Mérida, en el barrio Belén, y trabajó en la
Dirección de Cultura de la ULA con salvador Garmendia y Marcos Miliani, además
de vivir en Roma, Vía Valsolda del barrio Monte Sacro, en la casa de su hermano
Gilberto, estudiante de medicina de la Universidad de Roma en 1973.
Participó en innumerables
recitales en la UCV en los pasillos de la Facultad de Humanidades y Educación, en
diversos auditorios, y en la tierra de
nadie, frente a la escultura “Maternidad”, de Baltazar Lobo. El desafuero
de aquella generación que había conocido la literatura venezolana fue como una
suerte de canto de amor loco que nacía en 1965, y en la que el poeta Víctor
Valera Mora se presenta como un saltador de constelaciones en las que siempre
su fidelidad a la razón y la pasión poética nunca cedió un milímetro frente a
la cerrazón de todo tipo de opresores.
Fallece en Caracas el 29 de
abril de 1984.
El
Chino sigue cantado para quienes hemos seguido leyendo y compartiendo su acción
poética.