Mérida, Diciembre Lunes 02, 2024, 06:02 am
Durante mis días de vacaciones tuve la
gracia de visitar y conocer el edén de Araya, hermosa península ubicada al oeste del estado Sucre. Sus días transcurren con un abrazador
sol caluroso, lleno de luz y con el sonido permanente de las olas del azul de
su mar, sus 270 kilómetros de costas, con la forma de brazos abiertos, esperan
al visitante para que haga suya la belleza que esconde el golfo de Cariaco.
Cristóbal Colón, en su tercer viaje, pisó este Golfo en
1498. Era la primera vez que llegaba a la plataforma continental, al mismo tiempo
que los españoles Pedro Alonso Niño y Cristóbal Guerra, en busca de perlas, descubrieron
sus salinas en 1499. Los historiadores relatan que antes de la llegada de los hispanos
había asentamientos humanos en Araya. Los guaiqueríes eran expertos pescadores
y buzos que vivían entre esa península, Margarita, Coche, Cubagua y Cumaná.
Extraían perlas y sal, y preparaban pescado salado para intercambiar.
Como testigo silencioso y firme de la historia de la
Península, se impone sobre lo más alto de su territorio la Real Fortaleza de Santiago de Arroyo
(ruinas), o el conocido castillo de Araya, que después de veinte años de obras,
fue concluida su construcción en 1630, a orillas del Caribe, con el fin de defender
las salinas de los holandeses. Contaba en su interior con 200 fusileros, 20 artilleros, oficiales y empleados.
Luego de sufrir las inclemencias del terremoto de 1684 y el huracán de 1725 anegó
la laguna e inhabilitó el cuajo de sal. Fue entonces, cuando las salinas
dejaron de ser productivas, apagando a los holandeses la ilusión de buscar sal en
Araya, quedando sin uso el castillo. Al Consejo de Indias llegaron solicitudes
de provincias limítrofes pidiendo las armas, cañones y los hombres, por lo que
el 6 de enero de 1762, la Corona pidió que se demoliera el fuerte, pese a los
explosivos, no lograron destruirlo por completo quedando sus ruinas como un
retazo de esa historia que se niega a morir, el encuentro de dos culturas que
se complementaron y nos dieron nuestra propia identidad.
Pero Araya no es solo paisajismo del mar que fascina al
visitante o vestigio de pasado glorioso, es la casa de muchos venezolanos que
se han trasladado a esta tierra de gracia para hacer de ésta su hogar. Como el
cirujano Santos Girón y su esposa la anestesióloga Diosa, desde hace más de
veinte años prestando su servicio al pueblo de Araya en la salud, además de
contar con un emprendimiento de panadería que ayuda a las necesidades de
alimentación del pueblo, junto a su preocupación por la evangelización de la
Iglesia con una participación protagónica en la misión de la esta comunidad
parroquial, por medio del Movimiento de Cursillos de Cristiandad.
Otro ejemplo de hacer suya esta tierra, es la de la tachirense
Judith Leal, desde hace seis años en la Península, cercana y amiga de todo el
pueblo arayense, junto a otros tantos profesores universitarios de Caracas que
ahora brindan apoyo educativo a esta noble gente, con el único interés de ser
útil a sus hermanos. Sin dejar de mencionar las iniciativas de la Asociación
Civil Trabajo y Persona, formando mujeres emprendedoras para capacitarlas en
oficios que les ayuden a ser autogestoras de su propio desarrollo integral.
Pasar por la Península
oriental es pasar por la tierra del inmortal poeta Cruz María
Salmerón Acosta, Manicuare un
pueblo lleno de poemas y artesanía, con una amplia riqueza cultural que data de
tiempos pre-colombinos. Me llamó la atención la dedicación y el esfuerzo de sus
mujeres por transformar las minas de barro de su entorno, en hermosas piezas
para decoración y uso doméstico. En la casa del poeta me encontré con su
custodio y promotor cultural, Julio Hernández, con su figura quijotesca, nos
cuenta y nos ilusiona con las poesías de Cruz Salmerón. Como su conocido poema
“azul”: Azul de aquella cumbre tan lejana/ hacia la cual mi pensamiento
vuela / bajo la paz azul de la mañana, / ¡color que tantas cosas me revela! / Azul
que del azul del cielo emana, / y azul de este gran mar que me consuela, / mientras
diviso en él la ilusión vana / de la visión del ala de una vela.
Mi gratitud al Arzobispo de Cumaná, Monseñor Jesús
González de Zarate, por su hospitalidad y atenciones, junto a mis hermanos
sacerdotes y laicos por tanto cariño y generosidad. Dios les pague.
Mérida,
27 de agosto de 2023