Mérida, Septiembre Martes 17, 2024, 12:21 am
RUBÉN DARÍO VILLAFRAZ
@rubenvillafraz
SAN CRISTÓBAL (Enviado Especial).- La corrida de este viernes en Pueblo Nuevo tuvo dos claros protagonistas. Una fue la nobleza y boyante recorrido de un toro remiendo del hierro de los Herederos de don Juan Campolargo, así como la brillante faena que se inventó con este toro el espada debutante extremeño José Garrido. Ambos colocaron emoción a una tarde anodina, producto del escaso juego y transmisión que los toros del hierro titular de Los Aránguez ofrecieron en los siete actos restantes de la larga función taurina que nos ocupa en la presente crónica.
Desde salida de toriles se intuía
que «El Legado», nombre del toro en
mención, iba a ofrecer. Su alegre salida de toriles, rematando en los
burladeros, así como el largo viaje en los vuelos del capote de Garrido dejaron
la estela que algo distinto se barruntaba a lo que hasta el momento se había
visto. El medido puyazo del varilarguero Rene Quintana, así como el único y buen
par de rehiletes de Eduardo Graterol dejaron todo servido para que en la muleta
Garrido se explayara en una faena a modo y en tipo de lo que exigía el toro.
Primero distancia en los inicios de tanda, luego la media altura y el temple preciso
para no estropear la embestida almibarada y noblota del ejemplar, un dechado
donde el torero antes señalado se destapó a torear a gusto, en especial de la
tercera tanda en adelante, donde dejaría en evidencia las claras condiciones
del burel. Soberbio fue por naturales, y más aún lo fue en las entradas y
salidas entre tanda y tanda, donde la variedad sirvió de colirio a los
presentes ante la monotonía que había imperado en las lidias anteriores.
Un punto y aparte del trasteo
vino ser cuando se disponía a despachar José Garrido al toro. La unanimidad de
la petición del indulto pocas veces se había visto en esta plaza, a tal punto
que hasta en tres ocasiones se perfilaría en corto y por derecho para despenarle.
Pero la insistencia crecía más y más, hasta que se volvió un clamor, razón por
la que el palco presidencial no tuvo opción que conceder un indulto que lejos
del anterior de este mismo hierro del día anterior, este sí es válido, por la
calidad de la embestida como también por el nivel de la faena. Dos orejas
simbólicas que pasearía entre el jolgorio de un público extasiado por lo visto
lo que se permitía un Garrido pleno de gran emoción.
El resto de la corrida
transcurriría entre el tedio y aburrimiento de un lote de Los Aránguez por
momentos destinada al despeñadero por la falta de raza y en especial casta. Sí
bien el propio Garrido había cortado la oreja de su primer astado del lote,
esta vino por la voluntad y ganas de agradar del torero extremeño, quien se
luciría limando las ásperas embestidas el animal que luego ser tornarían cortas
y violentas con los engaños, donde hubo una dosis de temple extra para no
cortar las pocas posibilidades que tenia de lucimiento el animal. Similares
cotas se le vieron en el breve toreo por naturales, antes que dejara una
estocada entera, ligeramente traserita y tendida para que el certero puntillazo
de Eliecer Paredes llevara a sus manos la oreja, la única que con el acero se
cortó y paseó en la tarde.
Mala fortuna tuvo Domingo López
Chaves con el lote que pechó en suerte. El que abrió plaza fue todo un
galimatías de complicaciones, violentas arrancadas, siempre defendiéndose, lo
que hizo que el torero salmantino estuviera siempre a la defensiva de las
toscas embestidas del animal. La brevedad con la que le mandó a las mulillas se
agradeció con palmas al final del mismo.
Su segundo fue otro dije, que a
pesar de las ganas, poco dijo y dejo opciones al menudo coleta charro. La larga
cambiada en el tercio y el inicio rodillas en tierra de poco sirvieron ante el
nulo recorrido y poca entrega con las telas del burel, lo que hizo que al
tercer viaje con el acero se lo quitara de en medio, siendo silenciado.
Por su parte Álvaro Lorenzo, en
sustitución del sevillano Manuel Escribano y debutante en ruedos nacionales, también
pecharía con limitadas opciones, como fueron las del tercero, quien siempre
marcaria querencia en tablas. Anduvo fácil, siempre bien colocado, pero a la
embestida del toro le faltaba el ángel de la transmisión, la que lleva emoción
a los tendidos. Ello faltó de allí que por la derecha y por la zurda el trasteo
muleteril fuera insulso y descafeinado a tal punto que por momentos pareció que
le alargó más de la cuenta. Las luquecinas finales dieron punto y final a una
actuación que emborronó con la espada tras dos viajes con el acero toricida,
recibiendo palmas.
Su segundo igualmente poco dijo
en una labor donde no quedó duda de la gran facilidad y entrega del torero por
agradar, pero es que con toros de embestidas tan agarradas al piso, poco se
puede hacer. En la retina quedarían series de muletazos aislados pero faltos
del común denominador del encierro, la bravura y emoción del toro que se
entrega a las telas. El espadazo trasero y tendido fue suficiente para mandar a
las mulillas tan escaso material para el lucimiento de un torero el cual se le
queda ganas por verle con mejor genero bovino.
La papeleta más difícil le toco
pechar al torero local Antonio Suarez. Difícil prueba que le tocó al novel
espada quien en su primero se encontró con un género a contra estilo, siempre
cortando el viaje y marcando querencia a tablas. Por momentos se le vió en
apuros que supo resolver Suarez, para tras dos pinchazos y estocada caída y
delantera quitándoselo de en medio, recibiendo palmas al final del mismo.
Lo
del cierra plaza fue el culmen de lo visto a lo largo de la tarde. Violento y
siempre a la defensiva el astado no permitiría ningún atisbo de expresarse a
gusto al joven médico torero, quien sabiamente optaría cortar por lo sano,
encontrándose con la defensiva actitud de un morlaco que le llevó por la calle
de en medio a tal punto de no permitirle despenarle con el acero ni con el
verduguillo, escuchando los tres recados presidenciales y con ello cerrarse de
esta manera una tarde, donde si no es por el toro remiendo del hierro de
Campolargo, estuviéramos contando una tarde sin mucha historia que