Mérida, Octubre Miércoles 09, 2024, 03:03 am
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL MUNDO de Madrid
Todo el terror de los cebadas se
perdió por las calles de la amanecida de Pamplona, su pretendida bravura, su
raza de sílex. Desfilaron por la tarde una piara de seres desbravados, ayunos
de poder, astifinísimos como toda condición ofensiva. Las puntas como símbolo
de un trapío difuminado de remate, desinvertido de pienso. Alguno más
alimentado podría hacer pensar que la ganadería de los Herederos de Cebada Gago
no anda dejada de la mano de Dios. Pero hubo dos últimos episodios a los que se
agarraran los más creyentes en su fe como emblema torista.
Antes del fracaso definitivo
apareció la penúltima esperanza con el fino salpicado que se hacía cárdeno a
ojos de los mortales. De contado poder pero notable humillación y, sobre todo,
con una forma de darse atemperada y muy franca. Román le cogió con su izquierda
el aire amexicanado, ese pulso que prendió en naturales larguísimos. La buena
estructura de la faena, lo desarrollado en series que encontraron su eco, se
perdió un tanto a última hora por apurarla innecesariamente. El camino de la
oreja, lo truncó la espada. Y la vuelta al ruedo fue el consuelo.
Fue precisamente la espada, pero no sólo, la que le dio a Colombo el
único trofeo de la tarde. El debutante venezolano entabló continuos diálogos
populistas con el sol, mitinero en sus arengas que lo espoleaban. Ese flequillo
para arriba y para abajo, esas piernas que impulsarían un container, que
explotan en banderillas un show. El Fandi del Orinoco [con perdón y permiso de
El Fandi] se lo curró con el avacado sexto, que fue tobillero y polvorilla.
Pero mejor eso que la nada deslucida de los demás. Esos mismos portentosos
cuádriceps para brincar con los palos sirvieron para quitarse y ponerse, más
quitarse que ponerse, meterse por los cuellos y guerrear en permanente
comunicación con la peña. Luego, pegó un puñetazo en la mesa y se embolsó la
oreja. Objetivo conseguido.
Lo de Colombo ya había ido más allá de la viveza, tan descarado y
provocador con las peñas de la solanera. A ellas fue dirigida toda su
bulliciosa actuación con aquel tercer toro, basto hasta las mazorcas, esa fea
cabeza que usó para defenderse siempre. Colombo derrochó toda la pirotécnica de
largas cambiadas, lances de rodillas y en pie hasta un recorte de Llapisera.
Cualquier reclamo valía. Apostó sin castigar ni sangrar al cebada, quitó por
chicuelinas y descorchó un tercio de banderillas atlético e incendiario. Tras
ganarle la cara al toro en dos pares pasados al cuarteo, bajo el sol volvió a
irse hablándoles a los bárbaros. Y allí, donde caían bocadillos, hielos y
birras, agarró un sombrero rojo de paja y clavó un par al violín que puso la
plaza en pie. Los pitones silbaron como balas por la espalda, por las hombreras
y la nuca. Eso le dio impulso para faenar con los cabezazos en su muleta, que
tocaba por fuera, no siempre por abajo, buscando las vueltas y revueltas al
deslucido bicho, a los peñistas, sin pretender la finura imposible en su tosquedad,
sino el objetivo prioritario del triunfo. Pero se precipitó con la espada y
atacó justo cuando el toro se distraía. Pinchó una vez y enterró una estocada
defectuosa de muerte lenta. La petición no cuajó y todo se frenó en el mismo
saludo que sus compañeros en los tres primeros.
Saltó el castaño de apertura con
su cuerna engatillada, afilada como cuchillos de Albacete, revoltoso en el
capote de Juan Leal, que le cambió los terrenos y se lo sacó a los medios.
Picado y ahormado, el cebadita no era nadie. Su descafeinada humillación le dio
un carácter manejable de menguante recorrido. De más a menos. Y siempre por la
mano derecha. Nunca terminó de salirse de la muleta, aminorando tramos en cada
serie. Leal, que arrancó explosivo, de rodillas sobre la misma boca de riego,
quiso conducirlo largo ya entonces. El pase cambiado quedó como un fogonazo. La
cosa fue decayendo entre algún chispazo para llamar la atención: una arrucina,
esta espaldina. El epílogo, también arrodillado, le salió embarullado. Y JL pinchó
su esfuerzo. El cuarto no valió ni para hacerlo.
Román mató al toro que no colaboró y no al bueno. Vio potenciado su trasteo con una sensacional estocada. No había valido nada un estrecho toro de cebada, lavado también de cara. Careció de remate, poder, empuje y capacidad para descolgar. El torero anduvo despierto para darle fiesta. Otro tipo de fiesta a la que vendría con Colombo.
FICHA DEL FESTEJO
Toros de Cebada Gago,
cinqueños, astifinos; de desigual remate y seriedad; deslucidos; destacaron el
5º y el complicado 6º.
Juan Leal, de verde hoja y
oro. Dos pinchazos y estocada. Aviso (saludos). En el cuarto, pinchazo y
estocada rinconera (silencio).
Román, de grosella y oro.
Estocada (saludos). En el quinto, pinchazo y estocada defectuosa (vuelta al ruedo).
Colombo, de sangre de toro
y oro. Pinchazo y estocada defectuosa (saludos). En el sexto, estocada (oreja).
Monumental de Pamplona.
Lunes, 11 de julio de 2022. Séptima de feria. Lleno.