Mérida, Diciembre Jueves 12, 2024, 12:03 am
Los penaltis remataron un partido vibrante, con continuos cambios de guion, muertes súbitas y resurrecciones inesperadas. Mientras que Argentina, con mayor o menor acierto, siempre fue un equipo entusiasta y esperanzado, Francia ofreció tres o cuatro caras, inconstante, guadianesca, a veces frágil y a veces demoledora. De nuevo el Dibu Martínez fue esencial en la tanda definitiva y su parada a Tchouameni acabó dándole la tercera estrella a su país. Fue un triunfo de fe, de ilusión, de optimismo, de rabia. La Copa Jules Rimet vuelve a la pampa después de 36 años y Messi ya ha encontrado su sitio al lado de Maradona.
FICHA DEL PARTIDO
Argentina se merendó a Francia en la primera parte. El equipo de Deschamps, cuando canta la Marsellesa, parece un acorazado indestructible, con toda esa imponente panoplia de futbolistas de buen pie y enorme potencia. Sin embargo, en cuanto el árbitro polaco pitó el inicio del encuentro, resultaron ser alfeñiques melindrosos y asustadizos que no sabían cómo contrarrestar el entusiasmo argentino.
Comenzaron presionando arriba, pero enseguida se replegaron y dejaron el campo libre a la selección albiceleste. Scaloni sorprendió en el once inicial al apostar por Di María y el Fideo se convirtió en un puñal afilado que rajaba la zaga francesa una y otra vez. En el minuto 22, tras recibir un balón en el borde del área, le hizo un recorte a Dembélé que dejó al delantero del Barcelona buscando la cintura por el césped. En lugar de asumir con inteligencia su humillación, a Dembele se le cruzaron los cables y trabó a Di María delante del árbitro, que decretó penalti.
Messi cogió el balón, lo acarició y lo puso en el punto de los once metros. Hugo Lloris, en la portería, lo miraba fijamente, como tratando de hechizarlo. Leo no se inmutó.
Mientras el guardameta francés se derrumbaba hacia su derecha, Messi ajustaba su disparo y mandaba la pelota al otro lado, con delicadeza, sin estridencias, con la insolencia de quien se sabe mejor que nadie y es capaz de dominar la presión de una final del Mundial, de un estadio lleno, de miles de gargantas gritando su nombre. El primer gol argentino subió al marcador.
Uno hubiera esperado una reacción furibunda de Francia, que tiene soldados como para formar un temible batallón, pero sus jugadores siguieron en el partido como anonadados, sin saber muy bien qué hacer, pasando la aguja sin hilo, tapando agujeros como si fueran un equipo menor e irrelevante, el típico Tercera al que le cae un grande en la Copa del Rey. Argentina sí que sabía a lo que jugaba. En ocasiones sus futbolistas pueden pecar de imprecisión, pero este grupo suple sus defectos con un empuje arrollador y una fe incombustible en la victoria. Todavía estaban los franceses lamiéndose las heridas cuando los jugadores argentinos se inventaron una jugada que parecían haberla ensayado por la noche con la consola.
A un toque se enredaron Messi, Julián Álvarez, Mac Allister y Di María, que, solo ante Lloris, colocó el segundo tanto en el marcador. Los franceses no salían de su estupor. Quizá pensaban que esta final también la iban a ganar sin esfuerzo, por pura ley de la gravedad, como de costumbre.
A Deschamps, que no tuvo arrestos para plantear un partido valiente, se le ocurrió entonces señalar con el dedo y cambiar a Dembele y Giroud tres minutos antes de terminar la primera parte. El veterano ariete se retiró caminando a paso de hormiga, con cara de pocas bromas, visiblemente molesto con su entrenador, a quien dio la mano a regañadientes.
En la segunda parte, viendo que la estrella se les escapaba, los franceses no tuvieron más remedio que proponer algo, pero a estas alturas Argentina ya había entrado en trance y se aplicaba con fervor tanto a las tareas defensivas como al contragolpe. A Mbappé no le salían bien ni las galopadas mientras que sus rivales parecían disponer de un depósito suplementario de energía. Scaloni decidió entonces retirar a Di María, que se llevó una ovación atronadora del estadio. Cuando todos los ojos estaban puestos en Messi y en sus pellizcos de magia, fue el Fideo quien desequilibró el partido con su verticalidad por la banda izquierda.
Deschamps decidió rascarse los bolsillos a ver qué encontraba por ahí. Metió más madera en el horno y sus suplentes le respondieron. Primero Otamendi le hizo un penalti a Kolo Muani que anotó Mbappé. Y unos segundos más tarde el propio Mbappé, que se había pasado 80 minutos en estado de angustia, recogió un buen pase interior de Coman y fusiló al Dibu Martínez con la furia de los desesperados. En dos minutos Francia había igualado un partido ingrato que se le había puesto muy cuesta arriba. Tienen los galos tanta dinamita arriba que no les importa jugar con fuego porque los que se queman, al final, suelen ser los demás.
Argentina acusó el golpe y su fe flaqueó por unos minutos. Animado por el empuje de Coman, a Mbappé pareció que le habían dado vitaminas y se convirtió en una amenaza palpable para la zaga albiceleste. Sin embargo, fue Lloris el que impidió que Messi anotase el tanto definitivo al desviar un disparo durísimo, aunque centrado, del diez rosarino, que ya se veía festejando el título al borde mismo de la prórroga.
Al tiempo extra llegó mejor Francia. No solo había recibido la inyección moral de los dos goles seguidos en el minuto 80 sino que sus delanteros, especialmente Coman y Kolo Muani, habían salido del banquillo con ganas de demostrar que en la tropa gala, además del general Mbappé, hay soldados eficaces en quienes se puede confiar.
Argentina no se descompuso, pero en los rostros de sus futbolistas se marcaban las huellas del agotamiento y Scaloni se vio obligado a retirar a Rodrigo de Paul, su lugarteniente en el campo, que se había quedado sin resuello. Pese a todo, la tropa sudamericana se lanzó a por la portería de Lloris. Estuvo a punto de conseguir el tercero con dos disparos consecutivos de Lautaro y de Montiel con aroma de gol que los defensas franceses despejaron agónicamente. Finalmente, el premio por el que tanto habían pujado les llegó en el minuto 109, cuando Messi empujó a gol un balón que había repelido Hugo Lloris.
El partido parecía terminado, pero en realidad se aceleró hasta el infarto. Francia nunca entrega las armas y, además, condimenta sus guisos con una pizquita de suerte. La que se necesita para que un balón de Mbappé golpee en el antebrazo de Montiel y el árbitro señale penalti. El delantero parisino fusiló al Dibu Martínez y cerró un empate que, ahora sí, parecía definitivo. Una conclusión que pudo variar de no ser por una excepcional parada del portero argentino a tiro de Kolo Muani. Messi deberá agradecer buena parte de su Mundial a los reflejos de su guardameta.
Los penaltis, finalmente, entregaron la Copa al equipo que más había hecho por conseguirla. Messi y sus compañeros, botando de alegría, lo celebraron junto a su hinchada. Kempes y Maradona ya tienen compañía en el olimpo argentino. Y a Menotti y a Bilardo se une ahora Scaloni, un hombre que, sin estridencias ni verborrea, ha sabido formar un grupo unido y enfervorizado. ABC