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FERIA DE ABRIL / CUARTO FESTEJO DE ABONO

Una faena antológica de Daniel Luque

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Daniel Luque, nuevamente por segundo año consecutivo triunfando en Sevilla. Foto: EFE


Subrayada por un clamo constante, de rara perfección, magistral. Y un extraordinario toro de El Parralejo que se arrastró sin orejas y fue premiado con la vuelta al ruedo

BARQUERITO

Especial para VUELTA AL RUEDO

EL QUINTO TORO de la corrida de El Parralejo, con el porte y el estilo propio de sangre Jandilla, salió de bravo: galopando con ganas. A pies juntos lo recibió Daniel Luque en tablas. En el tercer viaje, ya en las rayas, Daniel se compuso a la verónica. Cuatro lances amplios, deplegados, ceñidos y despaciosos, abrochados con media muy rumbosa. Eso iba a ser anuncio de cuanto vino después.

Antes de varas, pareció frágil el toro, que se arrancó de corrido al caballo con solo verlo, y apretó y recargó. Luque pareció listo para quitar, pero cambió de idea, Prefirió que el toro, pura viveza, notoria prontitud, elasticidad llamativa, siguiera moviéndose. Al salir de una segunda vara medida, enterró pitones y cobró un volatín. Vueltas de campana se habían ya pegado tres de los toros jugados por delante, y dos de ellos acusaron la lesión medular. Este quinto se alzó en un suspiro. Francisco de Manuel salió a quitar en su turno por chicuelinas, una de las suertes que en Sevilla se miran con lupa y miden hasta la exageración. No fue un quite afortunado.

La brega en banderillas de Iván García fue primorosa, ejemplar, sobria, impecable. Fijado el toro en tablas, junto a la puerta de arrastre, Luque brindó desde los medios y en terrenos del toro, sin dilación ni pruebas, dio comienzo una faena de auténtica maestría. Faena en casi un solo terreno, al borde por fuera de la segunda raya, de soberbia apertura -traído el toro por la mano derecha, muletazos ligados, enroscados- y son creciente: la segunda tanda en redondo fue todavía mejor que la primera, de más compás, puro desmayo, sin forzar Luque la figura, compuesto con naturalidad, ni gestos ni voces. Y se arrancó la banda con el “Suspiros de España”.

Ni corta ni larga, precisión matemática, la faena se subrayó con un clamor constante. No hubo ni un solo muletazo que no tuviera su razón. Ni un solo enganchón, aunque al toro le costara al principio darse por la mano izquierda. Los remates de tanda, media docena, tuvieron la gracia severa de la trincherilla ligada con el de pecho. Uno de ellos, trazado en semicírculo hasta el hombro contrario, fue memorable. El ajuste fue tanto como el sentido del temple y se tuvo en un momento la sensación de toreo perfecto.

De tan bien gobernado el toro, pareció que Luque estaba toreando de salón, hasta que, para abrochar faena, soltando la ayuda, toreó sin ella con el mismo ritmo y la misma cadencia que antes. Una estocada ligeramente trasera. El toro se echó en tablas, pero sin descubrir. Los golpes fallidos del puntillero lo levantaron, pero sirvieron para que en resistida agonía el toro muriera de pie como los bravos. Dos orejas, vuelta al toro y, de pronto, otra corrida, que iba más torcida de lo previsto.

Con el primero de los seis, cinqueño, justo de celo y aplomado, no terminó de enredarse Perera. El segundo, tullido pero mantenido por el palco, solo aguantó una docena de embestidas, y de todas ellas sacó provecho Luque con calma sencilla y dibujo claro. Cuando el toro se ancló en tierra, Luque montó la espada y atacó en rectitud. El tercero fue un toro de buena nota, codicioso, brioso y a más. No la categoría exquisita del quinto, pero bastante parecido. Embraguetado en el saludo de capa, Francisco de Manuel, que debutaba en Sevilla, se embarcó en faena aparatosa, de más querer que logros, y con un notable final con la zurda en tablas cuando el toro había dejado de sentirse. Después de la apoteosis de Luque, costó un mundo salir a torear. El sexto toro, que se descomponía si no venía metido, no fue sencillo y amenazó con rajarse a última hora. Pundonoroso Francisco, pero porfión.

FICHA DEL FESTEJO

Seis toros de El Parralejo (José Moya). El quinto, “Príncipe”, premiado con vuelta al ruedo en el arrastre.

Miguel Ángel Perera, silencio en los dos.

Daniel Luque, ovación y dos orejas.

Francisco de Manuel, ovación y aplausos.

Brega sobresaliente de Iván García con el quinto. Pares excelentes del propio Iván y Curro Javier.

Sevilla. 4ª de abono. Veraniego. 5.500 almas. Dos horas y veinte minutos de función.

 POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- Frente al jardín del Museo, en la esquina de la calle Bailén, hay una tienda de grabados. Especializada en temas sevillanos, pero no solo. En uno de los escaparates he visto con calma el plano de la Sevilla de 1771, el llamado "Plano de Olavide", por Pablo de Olavide, el ilustrado reformador, Asistente de la ciudad -su máxima autoridad- y purgado por la Inquisición. Cuesta ver con detalle el plano, pero se reconoce sin sombra de duda  la forma de la ciudad, que es como un riñón o como la figura invertida de una capa de torear desplegada. La esclavina, que es el cuello o el nudo del capote, está en la orilla  del río. El río Grande es la razón de Sevilla.

Como era costumbre, los planos urbanos de la época recogen una relación de datos imprescindibles. Son quince, todas numeradas las puertas de Sevilla; cuarenta, las parroquias, treinta y ocho las comunidades religiosas de varones; veintiocho los conventos de monjas; cuatro los beaterios; once las ermitas; seis, los colegios y seminarios; ocho las casas de misericordia con sus hospitales; seis los hospitales generales; treinta y seis los edificios dignos de ser numerados. Doscientos y pico años después. Se pueden seguir los rastros del plano. Eso es lo prodigioso. El Museo era un convento.

La plaza, con la estatua de Murillo, sus palmeras, jacarandás y sus dos ficus gigantes, estaba por abrirse. A las 9 y media abre ahora el Museo. Y una hora después la tienda de grabados.





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