Mérida, Diciembre Lunes 11, 2023, 04:08 pm
Si el agua siempre acaba en el mar, la riada del gentío desembocaba ayer en el del Bibio. Qué ambientazo. No recordaban los abonados nada parecido desde aquella tarde inalcanzable de José Tomás hace una docena de veranos. Se rozó el lleno en los tendidos al reclamo del cartel estrella de la feria, la del regreso de los toros a Gijón.
Pasaban los minutos, desfilaban las horas y, por h o por b, el marcador de orejas no se estrenaba, sin noticias del diluvio de trofeos de la encerrona julista. Pero Roca Rey, el torero que sostiene hoy el cetro de la Fiesta, no estaba dispuesto a marcharse andando. Y en el sexto armó el Jaleo, que así se llamaba el buen toro de la hechurada corrida de Montalvo. Cayó la montera boca arriba en el brindis. Y así la dejó: ¡fuera supersticiones! Se hundió el peruano en la arena y congeló su cuerpo mientras la plaza ardía en llamas en el pase cambiado por la espalda. A metro y medio del torero se paró el toro, se paró el corazón del Bibio y latió con naturalidad el de Andrés. Ahí aguantó, sin inmutarse, como si su miedo se hubiese quedado en el tintero. Asustados todos menos el peruano, que no hubiese movido las zapatillas ni con una caja de bombas debajo. Cuando Jaleo pasó por su jurisdicción trasera, el brazo sintió el roce del pitón, el mismo que tomaría luego la muleta para encajarse a derechas y crujir el centenario coso en un pase de pecho. «¡Vamos Perú!», gritaron mientras desafiaba al montalvo, con su cuajo y su importancia brava. Mandón sin necesidad de pactos, gobernó a Jaleo atalonado y con la bamba a rastras. Metía la cara el animal, aunque de vez en cuando protestaba en la despedida. Cuando vio que el toreo fundamental estaba plasmado, le dio fiesta con tres circulares invertidos antes de dejarse lamer la taleguilla. Frente al 8 sucedía aquello. Y el número de la bola negra se volvía loco. Como loca andaba toda la plaza al contemplar las caricias al pitón de la fiera peruana. Cuando se perfiló para matar, en el palco D cruzaban los dedos. Media estocada bastó. Se arrodilló Jaleo y Roca hizo lo propio mientras aguardaba su muerte. Sonreía el matador, sonreía Chacón –que se había desmonterado– y sonreía el graderío cuando asomaron los dos pañuelos blancos. A hombros se llevaron al mandón de incombustible valor.
Porque hay que tener mucho para plantarse sin probaturas con un toro por el mismo camino que aquel que lo estampó contra las tablas en Santander y lo envió a la enfermería. Así, con la tela en la derecha y un pase por alto, principió con el tercero. Cuello para embestir traía Caralinda, carasucia tras derrapar en la arena. Lástima que anduviese con las fuerzas justas, porque regaló varias arrancadas con alegría. Tras olvidar fantasmas que en Roca se olvidan antes de que se arrastre el toro de la cogida, puso en el látigo de su muleta el guante de seda. Y en un palmo de terreno, en ese espacio donde decían los revisteros antiguos que se bailaba un chotis, rindió al de Montalvo. Las zapatillas ancladas, las notas de 'Manolete' y la izquierda presentada. «Mira», le decía, pero entonces Caralinda se afligió y se quedó a mitad del viaje. «¿Quién será este tío del Perú que me ha sometido?», se preguntaría el ejemplar salmantino. Y Roca, que por momentos pareció ahogar al toro, aguantó sus parones con pavorosa quietud mientras un sector se ponía en pie. Aquello no era un arrimón, aquello era una fusión con el toro. Bárbara su exposición hasta que el animal se rajó mientras el Rey de la taquilla se marchaba a por el acero. No anduvo fino y se enfrió entonces lo encendido.
Una luz natural, sin focos ni bombillas, prendió
Morante, cómo no, con el lote más asqueroso de una corrida de Montalvo
hechurada y con opciones. Pero a Morante de los cielos los toros siguen
sin hacerle el avión. Aunque la belleza de sus faenas planee en un mundo
más celestial que terrestre. A la alcaldesa de Gijón dedicó la apertura
de la tarde, un brindis de agradecimiento por devolver la manzana
prohibida del toreo. Pero no fue Mosquetero amigo del lema de «todos
para uno, uno para todos». Que este manso primero iba a lo suyo, de
'maleducada' embestida frente al buen estilo del sevillano. Que sólo con
esa manera de ponerse ofreció más pureza que el día anterior. Un gozo
entre las tinieblas del montalvo fue su obra al cuarto. Media y bruta la
arrancada de Sigiloso, con el que Morante anduvo «más artista que
Belmonte, más valiente que Espartero». Gallista por momentos; en Morante
siempre, envuelto de verdades. Su torería voló alta aunque la espada le
arrebatase la oreja. El premio había sido ver esparcir piedras
preciosas y congelar el tiempo en estampas sepias que luego Roca, de
heladora entrega, derretiría con el fuego de esa otra verdad que abrasa.
Ni congeló ni derritió nada Manzanares con un lote con opciones de
triunfo: si el segundo se dejó, el quinto descolgó hasta hacer surcos
con el capote dentro de su contado fuelle. ABC