Teoría del accidente de laboratorio en Wuhan
como origen del coronavirus abandona el terreno conspirativo
El mundo sabe ya que la covid-19 se transmite esencialmente por el aire
y en lugares cerrados, que afecta más a las personas mayores y a los
hombres. Ha comprobado que las mascarillas tienen bastante sentido,
aunque no son infalibles, y ha visto cómo, en un tiempo récord, la
industria farmacéutica ha logrado desarrollar una amplia y potente
oferta de vacunas para combatir la enfermedad. Lo que ignora aún el
mundo en este mayo de 2021 es dónde, cuándo y cómo surgió exactamente
este nuevo coronavirus que ha causado la peor pandemia en un siglo y
que, desde que fue conocido en diciembre de 2019, ha segado casi 3,5
millones de vidas.
El primer foco se detectó en la
ciudad china de Wuhan y los afectados parecían vinculados a un mercado
de animales vivos. El salto del virus del animal a los humanos allí o en
otro lugar no precisado ha sido la hipótesis principal desde el
comienzo de la pandemia. La alternativa, que el virus, de origen
natural, saltase de animal a humano en el Instituto de Virología de
Wuhan (WIV, por sus siglas en inglés), un laboratorio en esa misma urbe
que estudia los virus SARS, y se registrase una fuga accidental, había
sido desdeñada como una teoría prácticamente conspirativa, que pocos
científicos avalaban y que tenía, entre los gobernantes, al peor
embajador: Donald Trump. El entonces presidente de EE UU se había
labrado la reputación de difusor de falsedades y aderezaba sus
comentarios con ataques al régimen de Xi Jinping y a la Organización
Mundial de la Salud. La confusión de esta posibilidad accidental con una
fabricación deliberada del virus como arma biológica también le restaba
credibilidad.
Hoy, sin embargo, la teoría del accidente del
laboratorio ha salido de los márgenes del relato para ingresar en el
reino de la verosimilitud. El día 13, un grupo de 18 científicos de
universidades de élite, como Harvard, Stanford y Yale, publicaron una
carta abierta en la revista Science haciendo un llamamiento para que se
considerase “seriamente” la hipótesis hasta que hubiese datos
suficientes que permitieran descartarla. El lunes, cuando al doctor
Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergología y
Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, le preguntaron si aún creía
que el virus se había desarrollado de forma natural, respondió: “La
verdad es que no. No estoy convencido de ello, debemos seguir
investigando lo que pasó en China”.
Y el miércoles, el propio
presidente Joe Biden publicó un comunicado recalcando que las dos
hipótesis son posibles. Nada más llegar a la Casa Blanca, cuenta,
encargó a los servicios de inteligencia un informe sobre el origen del
coronavirus que recibió a principios de este mes. La comunidad de
inteligencia ha llegado a un consenso en torno a “dos probables
escenarios”, el del contacto animal-humano y el accidente de
laboratorio, pero no ha llegado a una conclusión definitiva. “Mientras
dos elementos en la comunidad de inteligencia se inclinan hacia el
primer escenario y otro se inclina hacia el último —cada uno con baja o
moderada confianza—, la mayoría de elementos no cree que haya suficiente
información para determinar que uno es más probable que otro”. Así, ha
pedido a sus agentes que redoblen los esfuerzos y le entreguen un
estudio lo más definitivo posible en el plazo de 90 días, reseña El
País.
Lo
que ha pasado entre el clima de opinión de 2020 y el de ahora tiene que
ver con informaciones publicadas recientemente sobre las enfermedades
de unos investigadores del laboratorio, y la conexión de este centro con
las muertes de unos mineros del sureste de China en 2012. Pero, sobre
todo, tiene que ver con el paso del tiempo. Año y medio después de la
aparición del virus, sigue sin confirmarse su origen real, lo que obliga
a dejar abiertas las hipótesis alternativas al salto del animal al
humano. Además, Pekín maniató tanto las pesquisas de la tardía misión de
la OMS, que sus pobres conclusiones, presentadas en febrero,
alimentaron aún más la desconfianza.
El pasado domingo, un día
antes de que Fauci hiciera las citadas declaraciones, The Wall Street
Journal publicó, citando un informe de los servicios de inteligencia,
que tres investigadores del laboratorio de Wuhan cayeron enfermos en
otoño de 2019 y necesitaron cuidados hospitalarios, aunque en China no
es infrecuente acudir a hospitales por enfermedades comunes o
estacionales. La Administración de Donald Trump ya había advertido sobre
ello, con menos concreción, en un informe del pasado 15 de enero,
apenas unos días antes de pasar el poder al demócrata Joe Biden. Una
ficha de datos del Departamento de Estado señalaba que el Gobierno de
Estados Unidos tenía “razones para creer que varios investigadores
dentro del instituto enfermaron, antes de que el primer brote [de
coronavirus] se identificase, con síntomas compatibles con la covid-19 y
con enfermedades estacionales”. No ha habido avances conocidos a la
hora de determinar la solidez de esta pista.
El
laboratorio chino es sospechoso debido a su investigación con virus
obtenidos de murciélagos, y el hilo investigador conduce a unas muertes
por neumonía detectadas en una mina de la provincia de Yunnan, en el
suroeste de China. Según el Journal, en abril de 2012, seis trabajadores
cayeron enfermos, con síntomas similares a los causados por la covid,
después de entrar en la mina para eliminar heces de murciélago. Las
pruebas indicaron que padecían una neumonía y, para mediados de agosto,
tres de ellos habían muerto. Expertos del Instituto de Virología de
Wuhan se pusieron a investigar y acabaron obteniendo cerca de un millar
de muestras en la mina.
Los investigadores encontraron en esas
muestras nueve tipos de coronavirus. Entre ellos, uno conocido como
RaTG13 y del que en el inicio de la pandemia indicaron que tenía un
código genético similar en un 96,2% al SARS-CoV-2. Es el “pariente” más
cercano encontrado hasta ahora al causante de la covid, aunque aún a una
enorme distancia evolutiva: ambos tipos se separaron hace varias
décadas. La viróloga Shi Zhengli, principal experta en este tipo de
virus en el WIV, ha asegurado que los mineros no enfermaron de covid.
En
un informe publicado el viernes pasado en formato preprint en el
repositorio BioRxiv, sin revisión de otros expertos, los científicos del
WIV aportan detalles sobre los coronavirus encontrados en la mina, e
indican: “Estos resultados sugieren que [los coronavirus] que
encontramos en los murciélagos pueden ser solo la punta del iceberg”. No
obstante, sostienen que los ocho que no son el RaTG13, casi idénticos
entre sí, son solo similares en un 77% al SARS-CoV2. No mostraron
capacidad de infectar una célula humana utilizando el receptor que sí
emplea el causante de la covid, según estos investigadores. Tampoco lo
hizo el RaTG13.
“Aunque hay conjeturas que hablan de la
posibilidad de una fuga del RaTG13 del laboratorio que causara el
SARS-CoV-2, las pruebas en los experimentos no lo corroboran”, concluye
el informe.
Pero la desconfianza es, aun
así, evidente. La misión de la OMS solo pasó tres horas en el Instituto
de Virología de Wuhan y sus miembros no pudieron acceder más que a datos
procesados. Su informe concluía el pasado 9 de febrero que la hipótesis
del accidente de laboratorio era “extremadamente improbable”, mientras
que la transmisión natural desde un reservorio animal era “probable o
muy probable”. Y dos días después, el 11 de febrero, el director general
de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, advertía de que no se podía
descartar esa posibilidad y era necesaria una investigación más
exhaustiva.
El
miércoles, un portavoz de la OMS respondió a este diario por correo
electrónico que la organización se encuentra ahora revisando las
recomendaciones del informe sobre el origen del virus a un nivel
técnico, y estos equipos técnicos elaborarán una propuesta para los
próximos estudios que se lleven a cabo. Las próximas investigaciones
incluirían la hipótesis del accidente del laboratorio, pero no está
claro que se vayan a realizar.
Pekín siempre ha rechazado
tajantemente esa teoría y se aferra a las conclusiones del informe de la
OMS. “Estados Unidos sigue promocionando la teoría de la fuga de un
laboratorio. ¿Le preocupa la trazabilidad, o solo está intentando
distraer la atención?”, se preguntaba el lunes el portavoz chino de
Exteriores Zhao Lijian, después de que The Wall Street Journal publicara
la información sobre los tres supuestos trabajadores enfermos del
Instituto de Virología de Wuhan. Aunque China no ha descartado, al menos
en público, de modo definitivo la idea de una segunda misión, es
improbable que acceda a ella si entre sus objetivos se incluye una nueva
visita al Instituto de Virología u otras instalaciones similares.
El
país asiático no solo niega la posibilidad de una fuga. También acusa,
por su parte, a Estados Unidos. En plena lucha de esgrima verbal con
Washington sobre las causas y la gestión de la covid cuando la pandemia
comenzaba a llegar a EE UU, el propio Zhao —estandarte de una nueva
generación de diplomáticos chinos conocida como “lobos guerreros”, mucho
más agresivos en la retórica a favor de su país— daba pábulo el año
pasado en su cuenta de Twitter a una teoría conspiratoria: que el virus
hubiera llegado a Wuhan en octubre de 2019 traído por soldados
estadounidenses que participaron en los Juegos Militares celebrados en
esa ciudad.
Pekín también insiste en que Estados Unidos debe
permitir en sus propios laboratorios militares de armamento biológico en
Fort Detrick una inspección similar a la que llevaron a cabo los
expertos de la OMS en Wuhan a principios de año.
Las acusaciones
entre Washington y Pekín han acompañado a la evolución de la propia
pandemia, en paralelo a la entrada en barrena de las relaciones entre
las dos grandes potencias mundiales. Y, arrastrados al medio de esta
disputa, se encuentran los trabajos científicos de búsqueda del origen
de la covid.