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FERIA DE ABRIL / OCTAVO FESTEJO DE ABONO

A Morante lo tratan como cacereño, a Emilio de Justo le permiten su corrección con el sublime «Filósofo»

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A gran nivel Emilio de Justo y un gran toro como fue su primero del lote, al que cuajó de principio a fin… Foto: @maestranzapages


El gran anticuario del toreo hizo méritos para atravesar la Puerta del Príncipe sobre los hombros de sus partidarios. *** El extremeño estuvo correcto y resultadista, sin propuesta artística ni improvisación, ante el excepcional tercero

JESÚS BAYORT

@JesusBAYORT

Diario ABC de Sevilla

 

SEVILLA.- A la hora que usted esté leyendo esta crónica, dando igual si lo hace el lunes o el martes, debería seguir Morante de la Puebla por la vereda del Guadalquivir sobre los hombros de sus partidarios, después de hacer lo más torero de esta desprendida Feria de Abril en la que tantas orejas se han regalado y en la que tan tacañamente se le ha tratado, despreciando su imperecedero conjunto. De la gallardía callada inicial a la postrera inspiración genial. Se encaraba con razón ante el palco de la sinrazón, presidido por el mismo señor que había obsequiado cariñosamente a El Juli por Resurrección. Y recordaría el de La Puebla aquello de Pepe Luis Vargas —«Tanto luchá pa ná»—, mientras veía la unánime contestación de la plaza a la prevenida actuación de Emilio de Justo con un animal que sublimó la clase y la bravura.

 

En el ecuador de la tarde había salido Filósofo, reflexionando entre si debía tomar el capote o el bordado de Emilio de Justo. Que finalmente optó por lo último, llevándoselo por delante. El único herrado con la marca de Olga Jiménez era un canto al estilo de Garcigrande: sin destaparse, sin 'partirse' en los capotes, reservando su grandeza para el final. Como aquel otro emblemático hierro de Atanasio Fernández. Filósofo era fino, aunque despegado del albero; acucharado de pitones, de expresión sublime. Que empezó tratando de esconder su volcán de bravura y clase, que erupcionó cuando dos minutos después de la voltereta reaparecía De Justo con la taleguilla envuelta en esparadrapo. Se desvivía el torero en un apasionado inicio genuflexo, sin el ayudado, acompañando con el pecho, liberando el renqueante cuello. Fue lo más torero de un conjunto en el que faltó una propuesta artística, un mínimo de improvisación, de salida de guion. El de Matilla era un torrente de talento, con el agravio de la velocidad que lógicamente acarrea la raza. Planeaba como tratando desenterrar el sustrato de la Maestranza, que entierra la historia eterna del toreo. Donde quedará marcado el suceso de este animal al que Emilio de Justo siempre quiso aplicarle el mismo muletazo: en trazo, en toques y en velocidad. Resultadista en su final, corriendo pronto a por la espada. Aunque ya Filósofo, Morante y Talavante se hubieran encargado de destaparle sus costuras.

 

La gallardía callada

 

Cuando a las siete menos diez de la tarde saltaba al ruedo Sosito (primero bis) se hacía el temor generalizado, por si le diera por homenajear a su bautismo. ¿Qué haría la madre para que la llamaran así? La respuesta de por qué lo habían dejado como sobrero llegaba nada más verlo: muy ofensivo por delante, con dos leznas tremendamente colocadas. Lo prefirieron antes que al horrendo sexto y el impresentable y famélico primero (titular). Lo intentaba Morante, vestido debutano, con bordado clásico, con medias blancas, con una personalísima montera en aires dieciochescos, doblemente cargada de moritas. Como doblemente se le venció Sosito por el pitón izquierdo. Trujillo le destapó la clase por el derecho, pero seguía sin poder corregirle lo otro, por donde mantenía la guasa, que le duró un par de muletazos en redondo, cuando Morante lo crujió por abajo, muy despacio. Y Sosito arrancaba a berrear, de lo que duele el toreo. Sin apretarse aún el torero, que tomaba la izquierda sin probaturas, con la muleta por el cáncamo, acariciándolo, sin desplazarlo, llenándose los delanteros de sangre. ¡Qué valor! Y sonaba Tejera, que parecía tocarle una marcha procesional a un palio bendecido, tan acompasado en sus movimientos de varales. En una faena larga, gallarda y torera —que terminará, para muchos, en el cajón del olvido—. Reduciéndole velocidad a la reproducción gallista. Matando, ahora sí, con el palillo tomado por el medio, con lo que cuesta llegar a la pezuña. La petición no terminó de ser rotunda, pero el presidente debió ser mejor aficionado.

 

Apenas unos minutos después del suceso de Filósofo reivindicaba Morante la despaciosidad torera, con lances que duraban lo que dos o tres tandas del antecesor. Con cadencia suprema, tirando al natural entre verónicas ¿Que qué es eso? Pues pasarse las embestidas como si tratase de torear con una única mano, meciendo con los vuelos, ajustándose con el codo. Como nadie es capaz de torear con el capote. Y arrancaba ese apasionado inicio del último tercio, barroco en su concepción, con la montera calada. Era un canto a la torería, pegado a tablas, quebrando la velocidad, la ley de la gravedad. En un juego inenarrable de muñecas, sugestionado en su alma, apasionado en su gesto. La inspiración se apoderaba del gran maestro de La Puebla del Río, que, como Picasso, ha tardado toda una vida en torear como un niño. Empeñado en dejar estampas únicas ante 'Explendido', en cada gesto, en cada movimiento. El genial anticuario de la torería, desempolvando suertes, movimientos… El único lunar de la faena lo ponía 'el Kiki de La Algaba' en un desagradable fandango. Pero eso es y eso desata Morante: pasión, espontaneidad. Una locura incomprensible, como difícil era comprender que Fernández Rey tardase en dar la primera oreja hasta que empezaban a arrastrar al animal, que entró en el desolladero sin mutilar. Hizo bien Morante en no pasear esa oreja.

 

El manoletismo de Talavante

 

Anda Talavante persiguiendo un quite prodigioso de Manolete en México, que ligaba verónicas a pies juntos sin perder pasos. Que parece una quimera, con la velocidad del toro español y con la raza que tienen hoy día. Pues casi lo consigue hoy, acariciando en cada lance, metiéndole la primera marcha a Almendrito, que salía con la quinta de fábriaca. Le caía los brazos, le acariciaba con las muñecas, sin desplazarlo, en una sublimación de la torería capotera. Todo era a cámara lenta, cuando el animal quisiera, como Talavante quisiera. Que le sobró un mínimo pasito para clavar el recuerdo al monstruo cordobés. Estaba cómodo el torero, despojado de la presión pasada, suelto en sus gestos, pasándoselos nuevamente por la faja, embadurnándose en sangre. Brindaba en los medios y rápidamente comenzaba el recital de rodillas, una suerte que él recuperó y que muchos otros han intentado conquistar. Se reducía Almendrito II a la altura de la pechera de Talavante, que incluso toreó con mayor profundidad que de pie, cuando siguió con el homenaje manoletista, muy vertical en las series, muy ajustado en los embroques. Obviando miradas, que recordaban a la sevillana que hoy tanto se escuchará de Rafael del Estad 'Las miradas de los hombres (también del toro) son peligrosas, porque los hombres miran diciendo cosas'. Y éste miraba diciéndole cosas, que parecía no terminar de entender Talavante. Sin cogerle verdaderamente el aire. Como no se lo cogió a la espada, en un mitin para el olvido. Hizo un esfuerzo con el quinto, con el que tampoco logró la conexión.

FICHA DEL FESTEJO

 

Se lidiaron toros de MATILLA, de positivo conjunto. 1º, devuelto sin fuerza; 1º bis, con raza; 2º, con movilidad, ovacionado; 3º, de nombre Filósofo, un volcán de clase y bravura, premiado con la vuelta al ruedo; 4º, boyante; 5º, bravucón; 6º, desclasado.

MORANTE DE LA PUEBLA, de butano e hilo blanco. Estocada (ovación tras petición); estocada caída (oreja).

ALEJANDRO TALAVANTE, de blanco y oro. Aviso entre resbalón, cuatro pinchazos y bajonazo (palmas); bajonazo (silencio).

EMILIO DE JUSTO, de berenjena y oro. Estocada (dos orejas); estocada caída (silencio).

Plaza de Toros de la Real Maestranza de Sevilla. Lunes, 24 de abril de 2023. Octava de abono. ‘No hay billetes’. Presidió Gabriel Fernández Rey.





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