Mérida, Enero Lunes 20, 2025, 03:43 pm
El Papa Francisco afirmó en su carta de febrero de
2022 anunciando el Jubileo de 2025: "Debemos mantener encendida la
llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que
cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta,
corazón confiado y amplitud de miras. El próximo Jubileo puede ayudar mucho a
restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo
renacimiento que todos percibimos como urgente."
Con estas palabras el pontífice nos señala el camino a
seguir para vivir como “Peregrinos de esperanza”, lema de este jubileo que
ocurre en la Iglesia cada 25 años. Vivir juntos un año de esperanza para todo
el mundo, que sufre el flagelo de las guerras y la crisis del cambio climático,
en el marco del adviento, es toda una oportunidad para levantar la cabeza, pues
está cerca la hora de la liberación. (Lc 21, 28-31).
Cada tiempo
litúrgico nos deja una enseñanza profunda, como la Pascua habla de la alegría
por la victoria de Jesucristo, y la Cuaresma del esfuerzo y de la purificación
sacrificada que hay que ir realizando en la propia vida para poder llegar a
Cristo, el Adviento se convierte para los cristianos en un tiempo de levantar
los ojos de cara a la promesa que nuestro Señor hace a su iglesia de estar con
nosotros, el Dios que se hace cercano y comprensivo con su pueblo.
La situación que nos está tocando vivir a todos, desde
las realidades del mundo-país, hasta la propia situación personal nos hacen
poner la mirada en la esperanza, como virtud que sostiene al alma, que consuela
al ser humano. Vivimos sumidos en muchos desánimos, fragilidades, decepciones, un
sinfín de caídas y momentos de rendirse a la hora del trabajo espiritual,
apostólico y familiar no tienen otra fuente más que la falta de esperanza.
La falta de esperanza no es otra cosa que la falta de
fortaleza y al mismo tiempo, es resultado de la carencia de perspectivas de
cara al futuro, lo que acaba por hundir al alma en sí misma y le impide mirar
hacia el mejor futuro, mirar hacia Dios.
Ahora bien, la esperanza tiene dos facetas que debemos
considerar de cara al Adviento. Hay una primera, que es una faceta de
dinamismo. La esperanza empuja, nos mueve hacia un destino final, sin importar
los obstáculos del camino, pues tenemos claro hacia dónde nos dirigimos, la
meta final que es Cristo, vida eterna.
La segunda fase de la esperanza es la purificación,
que produce un efecto correctivo y transformador en la persona. La esperanza,
al mostrarme el objeto al cual tiendo, me muestra también lo que me falta para
lograr alcanzarlo. Por eso la esperanza se convierte no en una especie de
resignación o de ganas de hacer algo, sino en un fermento dentro del alma.
Si Cristo es mi esperanza, ¿qué me falta para
alcanzarlo? Si la armonía de mi familia es mi esperanza, ¿qué me falta para
conseguirla? Si mi hijo necesita que yo le dé este o aquel testimonio, ¿qué me
falta para podérselo dar? La esperanza se convierte en aguijón, en resorte
dentro del alma para que uno pueda llegar a obtener lo que espera.
Es necesario que en nuestras vidas existan estas dos
dimensiones de la esperanza: la dimensión dinámica y la dimensión de la
purificación. Si nada más te quedas en el sostenerte, nunca te vas a
transformar, nunca vas a llegar. Y si nada más te quedas en el transformarte,
al ver lo duro, lo difícil y lo áspero de esta transformación, puedes caer en
la desesperanza.