Mérida, Marzo Martes 25, 2025, 08:30 am
Participamos en esta nueva
experiencia de orar y unirnos al hermano que padece enfermedad, la Jornada del Enfermo,
se celebró con motivo de la festividad de la Virgen de Lourdes, el pasado 11 de
febrero en todo el mundo, y como nos lo ha recordado el Papa Francisco “cuanto más enraizados estamos en
Cristo, cuanto más cercanos estamos a Jesús, más encontramos la serenidad
interior” de este modo, podremos ser instrumentos de esperanza, alegría y
consuelo para nuestros enfermos.
Celebramos la XXXIII Jornada Mundial del Enfermo y que mejor momento que en el año jubilar “peregrinos de esperanza”. En esto nos acompaña la Palabra de Dios, por medio de san Pablo, nos da aliento y fortaleza: “La esperanza no defrauda” (Rm 5,5), es más, nos hace fuertes en la tribulación.
Vale la pena reflexionar sobre estas expresiones consoladoras en las que encuentra sentido tantos interrogantes, ¿Cómo permanecer fuertes, cuando sufrimos en carne propia enfermedades graves, invalidantes, que quizás requieren tratamientos cuyos costos van más allá de nuestras posibilidades? ¿Cómo hacerlo cuando, además de nuestro sufrimiento, vemos sufrir a quienes nos quieren y que, aun estando a nuestro lado, se sienten impotentes por no poder ayudarnos? En todas estas situaciones sentimos la necesidad de un apoyo superior a nosotros: necesitamos la ayuda de Dios, de su gracia, de su Providencia, de esa fuerza que es don de su Espíritu (Catecismo de la Iglesia Católica, 1808).
Detengámonos pues un momento a reflexionar sobre la presencia de Dios que permanece cerca de quien sufre, en particular bajo tres aspectos que la caracterizan: caminar juntos, transmitir confianza, entrar en el misterio.
Caminar juntos... para ayudar a alguien en situación de enfermedad, es necesario superar la tendencia a considerarnos unos ”diosecillos" capaces de tener respuestas para todo, creyéndonos que tenemos en las manos las soluciones para los problemas de los demás. Una actitud correcta, es la de caminar juntos con el fracaso que se experimenta, con el sentimiento de frustración. Hay que superar la tendencia a considerarnos los "salvadores" de los enfermos, los que tenemos, lo que ellos necesitan (una medicina, la fe, unos razonamientos, los sacramentos...) para caminar junto a la dificultad en que están viviendo. Con nuestra humilde presencia, podemos ser testigos de la presencia del Señor que sufre junto al que padece dolor o enfermedad.
Acompañar pastoralmente significa acercarse al otro en el nombre del Señor" (Hch 4,10) para caminar juntos (Lc 24,13-35). La mejor ayuda es aquella que tiende a que el otro se "auto-ayude", a descubrir otras razones que sean importantes para él y que le ayuden a cambiar o a seguir luchando contra las dificultades.
Un segundo aspecto es el de transmitir comprensión, la actitud empática es la que mejor expresa la disposición ideal para comprender y transmitir comprensión al otro. Supone una capacidad de penetración en la experiencia de la persona que sufre, centrándose en ella, evitando todo tipo de respuestas facilonas, pre-elaboradas, poniéndose en actitud de escucha auténtica y activa, superando la gran cantidad de obstáculos que se interponen para escuchar verdaderamente al otro. No es otra cosa que adoptar la actitud de Jesús, que "sabía lo que hay en el hombre" (In 2.25) porque "tomó nuestras flaquezas" (Mt 8,17).
Para transmitir comprensión es necesario aceptar incondicionalmente los sentimientos de la otra persona, lo cual pasa necesariamente por la aceptación de los propios. Humanizar las relaciones, dotarlas de un “calor humano” es entrar en el concepto de salud promovido por Jesús en su ministerio, que no se reduce absolutamente al estado de bienestar físico, psicológico y social. Es ayudar para que la persona pueda vivir la enfermedad, experimentando el sufrimiento como “trampolín” hacia el descubrimiento de nuevos valores.
Por último, entrar en el Misterio, la enfermedad escapa de nuestra lógica y razonamientos humanos, no es fácil ser testigo de la propia esperanza (1 P 3,15) cuando pareciera que ya no hay mucho por hacer. La Verdadera ilusión consiste en la esperanza cristiana, que tiene su base última en la fe en la Resurrección, que no niega la dramaticidad de la existencia humana, sino que nace precisamente en ella y la colorea de un nuevo dinamismo mediante su “poder sanador”.
Entrar en el misterio del dolor significa celebrar la vida y la muerte, meterse en el mundo del Misterio de la fe, es contemplar nuestra propia fragilidad para entrar en la confianza que solo estamos en las manos del que todo lo puede y hace nuevas todas las cosas (Ap. 21,5).
Y el Dios que encontramos junto al enfermo no es el Dios que da explicaciones sobre el dolor, sino el Dios que sufre presente en cada hombre (Mt 25,31-46), el Dios misericordioso que se acerca, se compadece y es fuente de salud (Lc 10,29-37) para el creyente.
Mérida, 17 de febrero de 2025