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Nuevas Crónicas de Historia Universitaria (29)

La Universidad de Los Andes y la ausencia de las Reformas de Córdoba de 1918 por Alí Enrique López Bohórquez (*)

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las Reformas de Córdoba de 1918 por Alí Enrique López Bohórquez (*)
Por Alí Enrique López Bohórquez



Para el momento de irrumpir el movimiento reformista universitario de Córdoba de 1918, en el país solamente existían dos Universidades: La Universidad Central de Venezuela, establecida con el nombre de Universidad de Caracas por Real Cédula de Felipe V del 22 de diciembre de 1721 y la Universidad de Los Andes, creada con el título de Real Universidad de San Buenaventura de Mérida de los Caballeros por decisión de la Junta Superior Gubernativa de Mérida del 21 de septiembre de 1810. A pesar de los cambios ocurridos con el advenimiento de la República, primero en 1811 y después en 1821 y 1830, esos dos institutos de educación superior conservaron una fuerte tradición colonial, derivada de las normas que para su funcionamiento impuso la monarquía española al conjunto de universidades establecidas en Hispanoamérica desde 1551 (Perú y México) hasta la finalización de la dominación española en América. A una educación teórica de notable influencia teológica, con predominio de los estudios jurídicos, filosóficos y eclesiásticos, con limitados estudios de las ciencias físicas y naturales, con excepción de la Medicina, se sumaba la intervención directa del Estado en la mayoría de las actuaciones académicas y administrativas de aquellas instituciones. Aunque se dictaron a partir de 1826 y 1843 Códigos de Instrucción Pública y leyes particular en materia de Universidades, esos instrumentos legales no modificaron el carácter elitesco, escolástico, dogmático y autoritario del sistema universitario colonial. Aspectos que, en su conjunto, estuvieron presente en las críticas expuestas por el Manifiesto de “La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica” del 21 de junio de 1918 y demás documentos que fueron surgiendo a medida que se profundizaba el movimiento y se extendía a otras universidades de América Latina.

En el proceso histórico de los institutos de educación superior en América Latina y el Caribe han existido dos tipos de reforma universitaria. Una, la impuesta por el Estado a través de un conjunto medidas legales para reorientar los estudios (creación o supresión de carreras, escuelas, facultades) o modificaciones de la infraestructura institucional (construcción de edificios, bibliotecas, servicios estudiantiles, etc.). Ello como consecuencia de un problema específico académico o administrativo, no ajeno a la situación política del país o de la ciudad en la que funcionaba cada Universidad en un determinado momento. Otra, como resultado de una acción propia de la institución, por decisión de sus autoridades o por la decisión de sus profesores y/o estudiantes orientada a la transformación académico-administrativa de la Universidad. Ejemplos de ello es el movimiento reformista universitario de Córdoba de 1918 o la llamada renovación universitaria de Venezuela de 1969-1970. Es al primer tipo de reforma universitaria al que vamos a referirnos, con ejemplos concretos para demostrar la ausencia de las reformas universitarias de Córdoba en la Universidad de Los Andes, como también aconteció en la Universidad Central de Venezuela, particularmente durante el gobierno de Juan Vicente Gómez. Para ello tendremos como premisa el hecho de que fue desde el gobierno central, y sus órganos ejecutores en materia de educación superior, de donde se originaron las transformaciones ocurridas durante los años del régimen gomecista. Al respecto, remitimos a un estudio más exhaustivo que publicamos con el título de “Ausencia de las Reformas de Córdoba en las Universidades de Venezuela (1918-1935)” en Educere. La Revista Venezolana de Educación, 41 (Mérida, abril-junio de 2008, pp. 337-350).

A diferencia de lo que aconteció en la Universidad Central de Venezuela, en la Universidad de Los Andes el desafío al gobierno gomecista no se manifestó en ningún momento. Como en el resto del país, en Mérida,  Gómez supo mantener el orden con el nombramiento en los cargos de gobierno regional y local de fieles seguidores de su férrea política dictatorial, lo cual no fue diferente en lo que a la Universidad se refiere, en cuanto a la designación de sus autoridades y catedráticos. La Iglesia también fue un factor de dicho orden, considerando la reconocida tradición católica de la sociedad merideña desde los tiempos coloniales. No debe olvidarse que aquel jefe del poder ejecutivo era de origen andino. El instituto universitario merideño no solamente fue el refugio de los ucevistas que debieron emigrar a Mérida a continuar o culminar sus estudios durante los cierres de 1912-1922 y 1928, sino también el centro fundamental de la educación superior de los estados fronterizos con Mérida: Trujillo, Táchira, Zulia y Barinas. El 15 de enero de 1909, el Ministro de Instrucción Pública Samuel Darío Maldonado propuso al Dr. Ramón Parra Picón para el rectorado de la Universidad de Los Andes. El nombramiento tuvo lugar cuatro días después, y en esa fecha el mismo funcionario le autorizó “para reorganizar la Universidad de Mérida de la manera más cónsona con el estado de nuestra civilización y de nuestro progreso actual”. Ello con la finalidad también de que acabara “de una vez en ese Instituto con ese cáncer de las contemporizaciones que desmoraliza[ba] la Instrucción Pública, la única base cierta y segura del engrandecimiento patrio y de la edificación científica de lo porvenir.” Reorganización que exigía también “de los mejores elementos, es decir de los hombres de activa acción intelectual.” Estas sugerencias involucraban entonces aspectos de orden académico y disciplinario, que implicaría cambios en la estructura de la docencia y la investigación, así como en el control de las actuaciones de profesores y alumnos. Acompañarían en el gobierno universitario al Dr. Parra los doctores Pedro Luis Godoy y Gabriel Picón Febres, hijo, como Vicerrector y Secretario, respectivamente. Jesús Rondón Nucete señala que las nuevas autoridades de la Universidad eran profesores de la misma y no venían de afuera, vinculados a la sociedad merideña, por lo que “…no podían representar grandes cambios. La Institución era muy pequeña, con algunos profesores (que no podían ser reemplazados fácilmente) y pocos alumnos…” (Jesús Rondón Nucete: Primeros años del gomecismo. Mérida, Ediciones del Vicerrectorado Académico / Universidad de Los Andes, 2003, p. 66. El autor hace una síntesis de aspectos fundamentales de universidad merideña entre 1909 y 1917).

En efecto, en la Universidad de Los Andes, para el inicio del gobierno de Juan Vicente Gómez (1908) funcionaban la Facultad de Ciencias Políticas, un Curso Preparatorio y un Curso Filosófico, con un total de veinte cátedras, veintidós profesores y cincuenta y cinco alumnos. Desde el Código de Instrucción Pública de 1843, la Universidad se había reorganizado con las Facultades de Ciencias Políticas, Ciencias Eclesiásticas, Ciencias Filosóficas o de Humanidades. La Escuela de Medicina no iniciaría sus actividades hasta 1854 y a partir de 1894, constituida ésta como Facultad, la incorporación a la misma los estudios de Farmacia. Sin embargo, para 1908 los cursos de Farmacia y Medicina no existían, pues fueron clausurados en 1905, por disposición del presidente Cipriano Castro, para no ser reabiertos hasta 1918 y 1928, respectivamente. La Facultad de Ciencias Eclesiásticas no tenía actividad en razón de no contar con alumnos. Al año siguiente se reabrió con dos cátedras para que asistieran los alumnos del Seminario, instituto orientado a la formación de los sacerdotes de la Diócesis de Mérida. El 13 de abril de 1909, el Dr. Parra solicitó al gobierno la reapertura de los estudios médicos, en razón de las dificultades de los estudiantes merideños para seguir los cursos en la Universidad Central y para dar más amplitud a la enseñanza en la ULA, reducida en los últimos años únicamente a la Facultad de Ciencias Políticas. El asunto fue sometido a la consideración de la Junta Revisora del Código de Instrucción Pública para que resolviera lo conveniente. No hubo respuesta inmediata y el problema se fue prolongando en el tiempo, pues la decisión no se tomaría hasta 1928.

En aquella fecha también se dio una comunicación del Ministerio de Instrucción Pública que disponía la adopción en la Universidad de Los Andes del plan de estudios establecido por Decreto del Ejecutivo del 4 de enero de 1909, para la Facultad de Ciencias Políticas de la UCV, determinándose el nombramientos de los profesores para la de Mérida, escogidos de la terna que había enviado el Rector. Lo mismo se hacía con los docentes para los Cursos Filosófico y Preparatorio que se dictaban en la Universidad. Ello evidencia que el gobierno central no solamente intervenía en la designación de sus autoridades sino también de los catedráticos para la reducida enseñanza universitaria. De esa manera continuaría la situación de la Universidad de Los Andes entre 1910 y 1914. Para adaptar sus actividades docentes y administrativas a las disposiciones del Código de Instrucción Pública de 1905, el Consejo Universitario elaboró y puso en vigencia, previa aprobación del Ministerio de Instrucción Pública, un “Reglamento” el 6 de marzo de 1913. Este comprendía aspectos generales de la Universidad, Facultades y los Cursos Preparatorio y Filosófico, conocido también como del Bachillerato, además de lo referente a autoridades, profesores, alumnos, preparadores, empleados, biblioteca, consejos universitario y de facultades, enseñanza, exámenes y grados, disciplina, salón de actos públicos, apertura y culminación de cursos, ceremonial, honores póstumos, derechos universitarios y las disposiciones complementarias y finales correspondientes. La Facultad de Ciencias Filosóficas no funcionaba para 1913, pues no aparece en el referido Reglamento, como tampoco en el “Estatuto de la Universidad de Los Andes” sancionado el 12 de marzo de 1915.

En este nuevo Estatuto solamente se señaló la existencia la Escuela de Ciencias Políticas, la Escuela de Ciencias Eclesiásticas y un Liceo (Liceo Mérida o Liceo Universitario, desde 1942 Liceo Libertador). En el mismo se indicaron las materias que debían “leerse” en cada escuela, así como las características de los cargos de Rector, Vicerrector, Secretario, Bibliotecario, Profesores, empleados subalternos y régimen docente: Funciones, sustitución, designación de las autoridades por el Ejecutivo Federal, títulos requeridos para su nombramiento; concursos de oposición de los profesores, dictado de cátedras, destitución, remuneración, jubilación; selección de los empleados por el Rector, Consejo de las Escuelas y Liceo, el Rector como Director del Liceo Universitario, Consejo de Profesores y Consejo Universitario. En cuanto al régimen docente, se estableció un conjunto de normas estrictas referidas a la enseñanza, las clases, alumnos, inscripción, certificado de suficiencia en instrucción secundaria o título de bachiller, matriculación, exámenes, acreditación y expediente como estudiante, pérdida de la inscripción, sanciones disciplinarias, número de alumnos por cátedras y el carácter público de las aulas universitarias, pero facultándose a las autoridades para excluir a quienes perturbaran las labores de la institución. Llama la atención que este Estatuto de la Universidad de Los Andes se sancionara antes que se dictara la referida Ley de Instrucción Superior del 19 de junio de 1915, pero en su contenido se aprecia el espíritu de las Escuelas Superiores que se instaurarán para la Universidad Central de Venezuela, sólo que la situación y condiciones de la universidad andina eran diferentes al instituto caraqueño. Nos referimos a la simpatía que tenía el gobierno de Juan Vicente Gómez en Mérida y el tamaño de la Universidad en cuanto a sus facultades, escuelas, cátedras, profesores, alumnos y personal subalterno. 

El Liceo y las Escuelas de la Universidad de Los Andes fueron dependencias  sometidas a un proceso de organización mediante resoluciones ministeriales separadas del 9 y 10 de febrero de 1917, ordenadas por el Presidente Provisional Victoriano Márquez Bustillo. Por organización se entendía exclusivamente la designación del personal docente de la Universidad, indicándose las respectivas cátedras. Ello evidencia que, a pesar de las disposición de los concursos de oposición de los referidos Estatutos, el gobierno central se atribuía la función designar a los catedráticos universitarios. Cabe referirnos ahora al carácter académico del instituto de educación superior andino para 1917, un año antes de las reformas de Córdoba. Al respecto dice Jesús Rondón Nucete, que la crisis universitaria permitiría “…transformar sus estructuras, muy arcaicas, y, sobre todo, tomar contacto con la modernidad y con la ciencia, hasta entonces casi ausentes de sus claustros. En verdad, en los mismos no había espíritu crítico; no se conocían los nuevos métodos de enseñanza ni se realizaban labores de investigación; y se ignoraba casi por completo lo que ocurría en áreas del saber distintas a las humanísticas. Los estudios se limitaban a los de filosofía, derecho y ciencias eclesiásticas, que se impartían generalmente según las lecciones de los maestros clásicos. Los merideños poco sabían de los progresos científicos y tecnológicos…Por último, no existía relación con otros centros universitarios y de investigación, como no fuera la de alguna comunicación social.” (Rondón Nucete incluye cuadros sobre alumnos y profesores de la Universidad entre 1909 y 1916. Op. Cit., pp. 67-71). Es decir, en Mérida estaban dadas las condiciones para que se produjera una transformación como la propuesta por el movimiento estudiantil de Córdoba. Sin embargo, la situación se mantuvo invariable por mucho tiempo y, consideramos, que en cierta medida, todavía se espera por una verdadera transformación académica y administrativa.

Vamos ahora a demostrar la ausencia de las reformas de Córdoba en la ULA. Para ello utilizamos los aspectos fundamentales de las mismas enumeradas por Carlos Tünnermann Bernheim, y que destacamos en cursivas, resultantes de los postulados del “Manifiesto”, de otros documentos y la interpretación de los mismos han hecho diversos autores (Historia de la Universidad en América Latina…, pp. 105-143 y 147-149, y en 60 años de la reforma de Córdoba: 1918-1978. Caracas, Ediciones Fedes, 1979, p. 57): 1) Autonomía Universitaria en sus aspectos políticos, docente, administrativo y económico; 2) Elección de los cuerpos directivos, de las autoridades y de los organismos de co-gobierno por la comunidad universitaria. 3) Concursos de oposición para la selección del profesorado. 4) Libertad de cátedra. 5) Gratuidad de la enseñanza. 6. Reorganización académica mediante la creación de nuevas escuelas y modernización de los métodos de enseñanza. 7) Asistencia social a los estudiantes. 8) Democratización del ingreso a la universidad. 9) Vinculación con el sistema educativo nacional. 10) Extensión universitaria a través del fortalecimiento de la función social de la Universidad. 11) Espíritu democrático por la unidad latinoamericana. 12) Lucha frente a las dictaduras y el imperialismo. Prácticamente, ninguno de esos aspectos fue considerado en la Universidad de Los Andes para 1918, incluso en las cuatro décadas siguientes. 

El contraste de estas doce reformas de Córdoba con la situación de las Universidades de Venezuela, de Caracas y de Mérida, entre 1918 y 1935, nos permite llegar a varias conclusiones: Dichas reformas no tuvieron en esas universidades la proyección que algunas veces se señala sin sustentación documental alguna. La férrea dictadura de Juan Vicente Gómez impidió el desarrollo de un movimiento estudiantil fuertemente organizado, desarticulándolo en el caso de la Universidad Central de Venezuela con la prisión, exilio, destierro, trabajo forzado y cierre de la institución en 1912 y 1928. En la Universidad de Los Andes aparecerá ese movimiento estudiantil con posterioridad a la muerte del dictador. Las reformas introducidas en ambos institutos fueron el resultado de decisiones del gobierno central y del ministerio de instrucción pública, con exclusión o escasa participación de las Universidades, y menos como producto de propuestas estudiantiles. Documentos y opiniones de varios autores prueban que en nuestras universidades, por sus características académicas y administrativas, estaban dadas las condiciones para un verdadero proceso de modernización y transformación institucional, acordes con las reformas propuestas para Córdoba en 1918 y extendidas a otras universidades hispanoamericanas. Es evidente que el movimiento estudiantil de Caracas utilizó la UCV como plataforma para sus futuras aspiraciones políticas. Algunas de las reformas señaladas por Carlos Tünnermann Bernheim fueron aplicándose, gradualmente, con posterioridad a 1935, durante los gobiernos de Eleazar López Contreras (1936-1941), Isaías Medina Angarita (1941-1945) y los gobiernos democráticos a partir de 1958.

Veamos dos apreciaciones divergentes de lo acontecido en Venezuela con respecto de las Reformas de Córdoba de 1918. Graciela Soriano dice lo siguiente: “…puede afirmarse que el sector universitario de Venezuela permaneció, pues, al margen de otros hechos que, entretanto, movían a la universidad hispanoamericana desde Córdoba (1918-1930) propiciando la gran “reforma universitaria” radical que orientaría a la institución académica por las vías de una concepción autónoma, experimental y humanista de una universidad de docencia libre y reconocimiento de la participación estudiantil…” (Sobre la Autonomía Universitaria. Caracas, Universidad Central de Venezuela / Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, 2005,  p. 38). Por su parte, Arturo Uslar Pietri interpretó el hecho de otra manera, al considerar que “en un tiempo de lucha y de exaltación liberal de la juventud el ejemplo de Córdoba se convirtió en una bandera para los universitarios hispanoamericanos. Desde la Argentina a Chile, al Perú, a México, en nombre de esa bandera se libraron heroicas luchas estudiantiles. A Venezuela llega el fermento en los pródromos del movimiento de 1928.” Para agregar que “…nuestra Universidad, que había sido tridentina y napoleónica, se hizo cordobesa y se convirtió en una especie de vanguardia de la lucha política del país, en un centro nervioso suprasensible, donde las corrientes ideológicas y los intereses de partido se afrontan con extraordinaria acometividad, en una caja de resonancia donde pugna de la plaza pública se agudiza y extrema.” (“De Trento a Córdoba” en Cuarenta Ensayos. Compilación, prólogo, cronografía y bibliografía de Efraín Subero. Caracas, Monte Ávila Editores, 1990, p.134-135). Dos maneras de entender la proyección de Córdoba en Venezuela. Soriano niega, como nosotros, la incidencia en la transformación de la Universidad, particularmente en la Universidad de Los Andes. Uslar Pietri le atribuye, cosa que no negamos para la Universidad Central de Venezuela, una influencia en cuanto a la participación decidida de los estudiantes en la política nacional, sin hacer referencia al problema universitario, esencia del movimiento estudiantil cordobés.

Concluimos esta Crónica con la visión que sobre la Universidad de Los Andes registró un testigo de excepción en sus Memorias, el estudiante de Derecho Domingo Alberto Rangel, a fin de que el lector advierta la situación del instituto merideño para 1940, dos décadas después de las Reformas de Córdoba de 1918: “La Universidad de Los Andes…era la misma que setenta años atrás o más, había desafiado las cóleras de Guzmán Blanco. Ocupaba el mismo inmueble que era el suyo desde la colonia, un poco remozado que flanqueaba el viejo torreón del Rector heroico. Nada había cambiado en un siglo, los mismos locales, la misma ubicación que ya luciera en aquella época. Tenía el mismo número de alumnos. Creo que no pasaban ellos de mil y, si estoy subestimando a aquella masa, apuesto a que no excedía los mil quinientos. Los profesores eran todos ellos, en las cuatro o cinco Facultades, profesionales de otras ramas que dedicaban una o dos horas tras el amanecer o pasado el atardecer a la labor docente. Abogados de bufete o tribunal, médicos dedicados a sus consultorios, farmacéuticos dueños de botica o dentistas con clínica propia, eran los profesores. Ninguno de ellos cultivaba la docencia como ocupación principal. El personal administrativo se reducía al Rector, al Vice-Rector y al Secretario. Los Decanos ejercían ese cargo de manera honoraria y sin dedicarle un solo momento concreto y determinado…”  Y agrega más adelante, de manera casi irónica: “Como es natural, la enseñanza era libresca y tenía que ser libresca. Donde no había laboratorios ni seminarios, no había posibilidad de tener palestras para el debate investigativo o para la experimentación fecunda. Clamar en aquella Universidad por otro tipo de enseñanza era hacerse ilusiones. Aunque los profesores conocían las últimas teorías jurídicas y manejaban los postulados ideológicos más modernos y audaces –me estoy refiriendo, como es obvio, a la Facultad de Derecho en la que yo cursaba– tenían que limitarse a exponer ideas abstractas por falta de bibliotecas adecuadas y de gabinetes aderezados a tal fin. Si digo que la Universidad de Los Andes de 1940 era la misma que tiempo atrás había visto mi bisabuelo P. H. G. Bourgoin no estaría exagerando mucho. Y todo porque en Venezuela no cambia nada, o mejor, no progresa nada en aquel dilatado lapso de un siglo casi…” (Alzado contra todo (memorias y desmemorias). Valencia-Venezuela, Vadel Hermanos Editores, 2003, pp. 78-79). 

Los documentos para advertir la situación de la Universidad de Los Andes entre 1900 y 1928, antes y después de las Reformas de Córdoba de 1918, correspondientes al gobierno de Juan Vicente Gómez y los rectorados de los doctores Pedro de Jesús Godoy (1900-1901), Asisclo Bustamante (1901), Juan Nepomuceno Pagés Monsant (1902-1909), Ramón Parra Picón (1909-1917), Diego Carbonell (1917-1921) y Gonzalo Bernal (1921-1931) fueron publicados por Eloi Chalbaud Cardona: Historia de la Universidad de Los Andes. Mérida, Ediciones del Rectorado, Tomo IX (1982) y Tomo X (1990). Sobre lo acontecido en Argentina en 1918 remitimos a La reforma Universitaria 1918-1958. Buenos Aires, Federación Universitaria de Buenos Aires, 1959 y Dardo Cuneo (Compilación, Prólogo, Notas y Cronología): La reforma universitaria (1918-1930). Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1988 (Biblioteca Ayacucho, 39). 

(*) Coordinador de la Cátedra Libre de Historia de la Universidad de Los Andes. Doctor en Historia (UCV, 2003). Profesor Jubilado Activo de la Escuela de Historia de la ULA. Premio Nacional de Historia “Francisco González Guinán” (1989). Premio Nacional de Historia (2019). Premio Nacional de Cultura (2024). Investigador Emérito del Programa de Ciencia y Tecnología. Investigador del Centro de Estudios Simón Bolívar.





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