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LOS RECITALES POÉTICOS Y OTRAS EXPERIENCIAS INCOMPRENDIDAS por Karelyn Buenaño de Oberto

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Por Karelyn Buenaño de Oberto


karelynentrelibros@gmail.com

 

Si a algún poeta se le preguntara cuál es su propia opinión sobre los recitales poéticos a los que asiste, o a los que se le invita, probablemente haría alguna propuesta sobre cómo innovarlos, o sobre qué es lo que tanto le mueve a no perderse un encuentro; o que tal vez tiene algún tiempo sin ver a tal o cual poeta. Algún escritor más temperamental diría que prefiere ser selectivo.

En cambio, si le preguntamos a cualquier otra persona, simplemente diría que le aburren los recitales, o que no comprende para qué o quiénes se organizan. Pero que, en todo caso, alguna vez ha acudido.

En Mérida, el recital poético es una actividad importante y frecuente. No solo en la capital, sino en todo pueblo de este Estado donde haya gente -y grupos culturales- con el atrevimiento de escribir. Aún más: se hace frecuente en nuestro lar compartir públicamente el oficio que se profesa. Con libro, o sin libro.

A veces, la poesía también llega hasta los liceos, o las escuelas, a través de alguien a quien se le ocurre crear un club de lectura, o gracias a algún autor -aficionado o de trayectoria- al que se le ocurre soñar con un taller.

La actitud -buena, o no- de los chicos ante la poesía deviene real y espontánea. Es natural que los chicos crean que la poesía y la rima son lo mismo. Y les dé risa leer poemas porque temen sonar artificiosos. O crean que, en todo caso, “los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor” son el inicio de una gran cosa que sirve para los días cívicos. El problema es que la poesía -al menos la que de verdad nace del sentido de crear, de la consciencia que se esconde detrás de la palabra- llega a las aulas del mundo demasiado tarde.

¿Cómo fue que pasamos del parnaso al slam poetry?

Mucho antes del parnaso, la expresión poética era evocativa, ritual o teatral. La fuerza del tono, de la frase y del ritmo hacían el trabajo de sacudir a ese otro inconmovible que podía ser Dios, la piedra, el sol, la luna, el río. Los primeros poetas fueron cazadores, agricultores, y chamanes. El primer poeta necesitó la poesía para vivir.

Después, la poesía devino voz, y la voz fue canto. Canto de cortesanos, y de andariegos juglares. Canto de esclavos, malheridos, malqueridos, trashumantes, bohemios y arruinados. Canto de virtuosos, de caballeros, y almas parcas y devotas que conocían las normas del verso.

Luego vino el parnaso.

No cualquiera podía pertenecer a éste, ni mucho menos ser parte de una antología o florilegio. El parnaso era, sin duda, una élite. El poeta del parnaso difundía su obra a través de los periódicos nacionales. Debía ser cuidadoso con la elección de su entorno, porque el mismo tenía su propia cadena de autores vinculados a algún cónsul, a un catedrático, a un gobernante, o a cualquier otra personalidad. A menudo, el anuncio público de su exhibición poética se acompañaba de algún acompañamiento musical. Los recitales de Maricastaña se preparaban para durar como las veladas, o las vigilias. La escritura ofrecida al público era palabra para ser oída -oda, elegía, soneto, canzone-. Los primeros recitales de este tipo ofrecían mucha poesía, y poetas selectos. Pocos, o uno.

Sin embargo, el recital poético se volvió tan popular como el derecho a la instrucción pública. Los clubes y grupos literarios se volvieron frecuentes desde lo artístico, y sobre todo desde lo social. Desde lo reivindicativo que podía ser persistir en un oficio, aunque nadie otorgara reconocimiento. Los recitales, por consiguiente, aumentaron su repertorio de poetas.

No se recitaba solamente en los grandes y refinados salones.

En torno de estos recitales también ocurrían otras actividades: ferias, encuentros, jornadas, certámenes, juegos florales, bienales, congresos, festivales, performances y otros tantos. Entonces el recital se revistió de confluencia, y eso es lo que tal vez hace a esta convocatoria tan enriquecedora. A menudo, cuando viajas a otra ciudad a recitar, al principio llegas exhausto y con ganas de volver a casa. Luego, los poetas son también una casa y un hermano que se echan de menos cuando el encuentro termina.

Ahora viene el slam después de muchos y controvertidos contrapunteos, rapeos, batallas de gallos, y otros tantos intercambios melódicos, o de sentido. Es un invento relativamente reciente que se ha tenido la aceptación de muchos artistas jóvenes. Posee un novedoso carácter competitivo (funciona con un sistema de valoración por puntaje), y no admite ningún tipo de acompañamiento armónico ni teatral, al contrario de los recitales tradicionales. No se empeña en el desarrollo de una voz que impregna la obra o el texto, sino que se nutre del registro cotidiano. De algún modo, es un género expresivo que roza los límites entre el trance develador, y la revelación no convencional. No por casualidad se prefieren los bares en vez de las bibliotecas, plazas o librerías para esta forma particular del decir.  





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