Nuestra interpretación sobre la
historia de la Universidad
de Los Andes, desde su fundación el 21 de septiembre de 1810 hasta la
actualidad, parte de tres criterios esenciales: la relación intrínseca del
pasado con el presente, la búsqueda y estudio de las fuentes documentales e
historiográficas acerca de la institución y la experiencia de medio siglo de
actuación en la ULA
desde 1969, como estudiante, docente, investigador, así como la ocupación temporal
de cargos administrativos. Esos tres criterios nos han permitido advertir la
existencia de una crisis estructural e histórica, definida por el doctor
Roberto Rondón Morales como una “crisis permanente y acumulada” (“La universidad, crisis
permanente y acumulada”, Boletín de la Academia de Mérida, 19
(Mérida, enero-diciembre de 2006), pp. 155-189). En esta nueva crónica vamos a
exponer la realidad de esa crisis en lo académico en los primeros tres lustros del siglo XX de la Universidad de Los
Andes, en razón de la situación planteada a partir de la decisión del gobierno
de Cipriano Castro de suprimir los estudios de medicina y con ellos los de
farmacia en 1905, ya que ambos estabas adscritos de 1894 a la Facultad de Medicina.
Ello determinó que prácticamente la única carrera que se cursaba era la de
Ciencias Políticas, pues la de Ciencias Eclesiásticas había venido decayendo en
su matrícula desde que el presidente Antonio Guzmán Blanco clausurara el
Seminario y los Conventos (1872), de donde mayormente provenían los estudiantes
de esos estudios, lo que también incidió en la Facultad de Ciencias
Filosóficas, junto al poco interés que se fue manifestando en esta última carrera.
Ante esa realidad, en 1906 el
Rector Juan Nepomuceno Pagés Monsant introdujo un Curso Preparatorio y un Curso
Filosófico, especie de propedéutico o estudios secundarios para ingresar a la Universidad. No
sería hasta 1915 cuando el gobierno de Juan Vicente Gómez dispuso la creación
del Liceo Mérida, también denominado Liceo Universitario, como dependencia de la ULA, el que en 1942 pasaría a
depender del Estado directamente con el nombre de Liceo Libertador, año en el
que se conmemoraba en la ciudad el centenario del traslado de los restos de
Simón Bolívar de Santa Marta a Caracas. Con esa estructura académica
funcionaría la Universidad
de Los Andes durante los rectorados de los doctores Juan Nepomuceno Pagés
Monsant (1902-1909) y Ramón Parra Picón (1909-1917), hijos de los ex rectores
Pbro. Dr. José Francisco Mas y Rubí (1846-1852, 1866-1869) y Caracciolo Parra y
Olmedo (1887-1900), respectivamente. Esa situación curricular, reducido presupuesto
para el funcionamiento de la institución, escaso número de docentes y alumnos, actitudes
displicentes de éstos para cumplir con los deberes correspondientes, con cierta
indiferencia de las autoridades universitarias, junto a una separación temporal
del Rector Parra Picón, por razones de salud, determinaron la necesidad de
escoger una nueva autoridad rectoral que no estuviera vinculada con la élite
social y universitaria de Mérida. Así, por decreto del 15 de junio de 1917 fue
designado el médico e historiador Diego Carbonell como Rector de la Universidad de Los
Andes. Antes de tratar la situación de la ULA durante su rectorado, cabe hacer algunos
señalamientos acerca de este importante
médico, intelectual y diplomático que ocuparía la silla rectoral andina entre
1917 y 1920.
Para
la fecha de su nombramiento, Carbonell contaba con la edad de 33 años, pues
había nacido en la ciudad de Cariaco (Estado Sucre) el 13 de noviembre de 1884.
Una buena síntesis biográfica es la de Rafael
José Lovera De Sola, incluida en el Diccionario
de Historia de Venezuela: “Médico, diplomático e historiador. Hijo de Manuel Carbonell y Benigna
Espinal. Hizo sus estudios elementales y medios en Carúpano y Cumaná; en esta
última ciudad se graduó de bachiller. Muy joven, se trasladó a Caracas; estudió
en la Escuela
Politécnica, bajo la dirección de Luis Ezpelosín, ingresó
luego en la
Universidad Central de Venezuela en la cual cursó los
estudios superiores y se graduó de médico (1.12.1910). A los pocos meses, se
trasladó a Europa para especializarse. Residió en París a partir de 1911; allí
conoció a Rubén Darío, de quien fue médico. En la capital francesa inició su
actividad como escritor; su primer libro, titulado Crónicas y siluetas,
lo publicó utilizando el seudónimo de Alex de Tralles. Al estallar la Primera Guerra
Mundial (1914), prestó sus servicios profesionales a la Cruz Roja francesa. En
1915, fue nombrado cónsul general de Venezuela en París. El año siguiente dio a
luz su Psicopatología de Bolívar, obra que perturbó el ambiente
intelectual venezolano por su “escandalosa resonancia”. Carbonell regresó a
Venezuela en 1916 y fijó su residencia en la ciudad de San Cristóbal, donde
ejerció su profesión. Luego, se trasladó a Mérida para cumplir iguales
funciones e instaló una clínica privada; fue rector de la Universidad de Los
Andes (1917-1921). En 1921, abandonó la medicina e ingresó en la carrera
diplomática y fue nombrado ministro de Venezuela en Brasil. En 1926, fue rector
de la Universidad
Central de Venezuela. En 1930, retornó a la diplomacia al
ejercer un cargo en Bélgica. Cinco años más tarde, fue nombrado embajador en
Colombia, cargo que ejerció también en Bolivia (1939) y en México (1941).
Durante los años 1943-1944, fue diputado por el Estado Sucre. Individuo de Número
de la Academia
Nacional de la
Historia (1943) y de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y
Naturales (1944). No solo transitó Carbonell los caminos de la ciencia de la
conducta, cuyos conceptos aplicó al examen de figuras históricas (Bolívar) o
literarias (Rubén Darío), sino que también estudió las corrientes
historiográficas en Escuelas de historia de América (1943) y
fue constante divulgador de la ciencia, tanto en sus libros Filósofos
naturalistas venezolanos (1939), De filosofía y de historia (1942), En
torno a la ciencia (1929), como en sus perfiles de Charles Darwin,
Max Nordau (1919), Santiago Ramón y Cajal, o en sus estudios sobre Luis Razetti
(1933) y José Gregorio Hernández (1945). Pero no se quedó Carbonell en la
historia de la ciencia; en copiosa bibliografía científica, se refirió al miedo
a la muerte, a la educación sexual, a los problemas de la llamada tercera edad,
a las patologías sexuales, a las neurosis creadoras, a la eutanasia. En sus
trabajos históricos predomina la figura de Bolívar.” (Rafael José Lovera De
Sola: “Carbonell, Diego” en Diccionario
de Historia de Venezuela. Caracas, Fundación Polar, 1997, Tomo I, pp.
682-683. En este artículo se incluye un amplia muestra de su bibliografía
directa e indirecta).
El
16 de junio de 1917, el Ministro de Instrucción Pública, Dr. Carlos Aristimuño
Coll, comunicó al Vicerrector de la Universidad de Los Andes que, por disposición del
Presidente Provisional de la República
Bolivariana de Venezuela, Victoriano Márquez Bustillo, había
sido designado el doctor Diego Carbonell como nuevo Rector de la ULA y Director del Liceo
Universitario, en sustitución del recientemente fallecido Dr. Ramón Parra
Picón. Le acompañaría en su gestión, como Vicerrector-Secretario, el Dr.
Gonzalo Bernal. La toma de posesión no tendría lugar hasta el 14 de julio de
ese año, en el Salón de Actos Públicos de la Universidad, con las
formalidades reglamentarias y la asistencia de los miembros del Consejo
Universitario, del personal docente, de los miembros de las Facultades de
Ciencias Políticas y de Ciencias Eclesiásticas. El acto estuvo presidido por el
Rector interino, Gonzalo Bernal, y el Secretario Florencio Ramírez, con la
presencia del Secretario General de Gobierno, en representación del Presidente
Constitucional del Estado y el Obispo Antonio Ramón Silva. Interesa destacar
algunos de los señalamientos del doctor Bernal en su discurso: “Suceso de gran
momento para la civilizadora causa de los estudios en los Andes indudablemente el
presente acto: nuevo punto de partida en
el progresivo desenvolvimiento de la actividad universitaria, y placentera
promesa de renovados empeños en pro de este Centro Científico…” Agregando:
“…veamos en el Rectorado que hoy se inicia una halagüeña perspectiva…dados los positivos
méritos científicos del…Doctor Diego Carbonell…, contando en primer término
con la generosa protección del
benemérito ciudadano Presidente…General Juan Vicente Gómez, a quien ya este
instituto le es deudor de muy valiosos beneficios…, [y] el apoyo
directo discreto y eficaz de los Señores padres de familia, para quienes no
es indiferente la conservación de esta carísima reliquia a los Andes con sus
indiscutibles títulos…Ardua la empresa,
porque escollos no faltan en la ruta,
mas tenemos en el nuevo Rector un piloto experto…[y] la esperanza de la protección y la acción tutelar del Ejecutivo Nacional, y simpatías
que nos alientan.” El lector sabrá
entender los asuntos que resaltamos en cursivas, en el contexto de la crisis
que hemos venido señalando.
Por
su parte, el Dr. Diego Carbonell en su breve, sobrio, pero elocuente discurso
de toma de posesión no deja ver todavía la difícil tarea que le correspondería cumplir.
Ello introducido con halagos a quienes le habían precedido en el rectorado que
asumía y, con la modestia que le caracterizaba, su disposición a poner en
práctica sus dotes de intelectual y científico, si se quiere, haciendo alarde
de discernimientos sobre personajes de la historia universal y de Mérida en
particular, destacando a Tulio Febres Cordero, Gonzalo Picón Febres, Caracciolo
Parra y Olmedo y, a su antecesor, Ramón Parra Picón, recientemente fallecido. Sobre todo a los dos últimos, pues para el
primero utiliza una cita de Víctor M. Ovalles, que es propicia para conocer también
la histórica crisis de la institución de entonces: “La vida suya está ligada
íntimamente a la historia de [la] siempre
necesitada y desvalida Universidad de Los Andes, y recorrer los anales del
vetusto Instituto por más de medio siglo, es hallar a cada paso una prueba
elocuente, un rasgo sublime de la abnegación, de la energía y del patriotismo
de aquel eminente ciudadano, digno de figurar en la Grecia de Pericles y
Arístides, en la Roma
de Catón y Quintiliano.” (Víctor M. Ovalles: Las clases médicas, número 23, pág. 357). Mientras que de Ramón
Parra Picón, dirá: “…fue de aquellos que sonriéndole a la Ciencia, servían a los
propios intereses morales, como que la Universidad de Los Andes, le debe todo, en los últimos
tiempos…Y he aquí como la suerte de la
desvalida Universidad de que habla el Dr. Ovalles, está ligada
gloriosamente a la existencia laboriosa, ejemplar y culta del Dr. Ramón Parra
Picón. El realizó una carrera científica muy análoga a la profesión magistral
de su padre…y ninguna otra vida pudierais señalar como vivo ejemplo de
acuciosidad, de entereza para la lucha de las ideas y de franqueza cuando
defendía con la erudición que le hemos conocido, los principios de la Ciencia que tan
brillantemente cultivó entre vosotros. Con razón se ha dicho que…era un
representativo de la Cirugía
en el Occidente de Venezuela…Y es que el Dr. Parra Picón fue el cirujano mejor
preparado y más autorizado de todas las regiones, y su habilidad como operador
la ensalzan muchos corazones en todos los pueblos andinos y del Zulia…” Más
adelante veremos el contraste de este discurso de 1917 con el que dará en su
despedida de 1921.
La
primera gestión del Rector Diego Carbonell fue abogar por la reapertura de los
estudios de farmacia y de medicina. Estos últimos no lo lograría, mientra que
los primeros tuvieron su efecto el 1 de abril de 1918, siete meses después de
asumir el cargo, con la nueva creación de la Escuela de Farmacia, por resolución ministerial
de esa fecha y su nombramiento como Profesor ad honorem de las cátedras de
Física y de Botánica, correspondientes al primer año de estudio, a fin de que los
alumnos de la Universidad
hicieran los trabajos prácticos correspondientes en el Gabinete del Liceo que
funcionaba desde 1915. El 11 de abril siguiente se designaron los profesores,
tanto pare la Universidad
como para el Liceo: Dr. Adolfo Briceño Picón, para Castellano y Zoología; Dr.
Gabriel Febres Cordero, Física Farmacéutica y Química. Todos bajo la condición
de catedráticos, unos con clases pagadas y otros ad honorem. En la misma
comunicación se indicó el envío por correo de algunos libros en francés e
inglés, así como un Gabinete de Medicina Médica. El 22 de abril, el Ministro
Rafael González Rincones ratificó los anteriores nombramientos, solicitando
también información de que “si hay número suficiente de alumnos cinco (5) por
lo menos con el Certificado de Instrucción Secundaria en Ciencias Físicas y
Naturales, o con el de Bachiller [Universidad] obtenido durante el régimen anterior.” De
igual manera, informa que con “respecto a Mineralogía los estudiantes podrían
hacer privadamente los estudios teóricos y en cuanto a los trabajos prácticos
se proveerá más tarde la manera más adecuada de hacerlos.” Transcribimos esos
textos para que se advierta la forma como desde Caracas se disponía lo que
correspondía a las autoridades universitarias de Mérida.
Después de todas esas
determinaciones, finalmente el 18 de mayo el Ministro de Instrucción Pública
autorizó al Rector Carbonell para abrir la inscripción de estudiantes al primer
año de Farmacia, la cual se extendería hasta el 30 de junio. Previniendo
también que ese primer curso rendiría exámenes ante “Delegaciones” en junio del
1919, de acuerdo con la ley vigente. El 21 de junio de 1918 continuaron los
nombramientos de profesores: Gabriel Picón Febres Codero para Física; Diego
Carbonell para Mineralogía aplicada a la Farmacia; Francisco Valeri en la de Botánica. Hasta
que finalmente tuvo lugar la inauguración de las actividades de la Escuela de Farmacia el 5
de julio de 1918, con participación de las autoridades universitarias, los
poderes civil y eclesiástico de la ciudad, los miembros de las Facultades de
Ciencias Políticas, Eclesiásticas y Escuela de Farmacia, así como los de la
extinguida Facultad de Medina, con la lecciones inaugurales por parte de los
doctores Gabriel Febres Cordero y Diego Carbonell. Todo lo cual fue comunicado
mediante telegrama al Ministerio de Instrucción Pública. El 29 de octubre se
levantó el inventario de objetos enviados por ese Ministerio, requeridos para
las prácticas de la Escuela
de Farmacia. Simultáneamente a esos hechos, el 21 de junio de 1918 se decretó
la creación de la Escuela
de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, para lo cual se dispuso creación
provisional del Curso de Agrimensura, mediante comunicaciones del 17 y 23 de
septiembre. En ese último día se designó al doctor Enrique Dubuc para las
cátedras de Elemento de Álgebra Superior y Elementos de Geometría Descriptiva,
mientras el bachiller Emilio Maldonado sería el profesor de las cátedras de
Topografía y Dibujo Lineal Topográfico. La Escuela de Ciencias Físicas, Matemáticas y
Naturales fue inaugurada el 13 de octubre de 1918. Debemos mencionar que esto
acontecía en Mérida después de setenta años, pues el 18 de junio de 1843 lo
había dispuesto el primer Código de Instrucción Pública de Venezuela.
A pesar de la insistencia del Dr.
Diego Carbonell de la reapertura de los estudios de medicina, ello no se
lograría hasta 1928, casi al final del largo período rectoral de Gonzalo Bernal
(1921-1931). Carbonell dio continuidad a las Conferencias que en 1909 había
inaugurado el Dr. Juan Nepomuceno Pagés Monsant. De igual manera a la Gaceta Universitaria, publicando semestralmente un
total de 19 números, con algunas interrupciones por razones económicas (Números
47 al 65, 1917-1920), correspondientes a su tercera etapa, adquiriendo
características diferenciales a las dos primeras. De periódico y órgano
encargado de divulgar fundamentalmente la vida de la Universidad, pasó a
ser una verdadera revista universitaria, dando prioridad a la inclusión de
artículos, conferencia, lecciones inaugurales de cátedras y discursos. Se
redujo su tamaño físico y se aumentó el número de páginas. Su estructura se
conformó con Noticias y documentos referidos
a asuntos de la dinámica funcional de la Universidad y el Liceo. Los Artículos fueron de diversa naturaleza: científicos, históricos,
humanísticos, ideológicos y literarios. Edición de las ocho Conferencias Universitarias sobre
asuntos eclesiásticos, las artes, enfermedades, la libertad, literatura y el derecho. En cuanto a las Lecciones Inaugurales de Cátedras, que
antes no habían sido publicadas, abarcaron temas de teología, historia del
derecho, jurisprudencia, álgebra y geometría, topografía y dibujo lineal
topográfico. De igual manera, se publicaron textos cortos de diferentes autores
para los estudiantes de la
Universidad como del Liceo, además de reseñas bibliográficas,
en su mayoría escritas por Carbonell (Sobre los títulos y autorías del remitimos
a nuestro artículo: “La Gaceta
Universitaria. Tercera Etapa (1917-1920). Rectorado del Dr.
Diego Carbonell” en Crónicas de historia
universitaria… Mérida, Consejo de Publicaciones, CDCHT, 2008, pp. 153-158).
Veamos ahora las consideraciones que el Dr.
Diego Carbonell hizo en su discurso de despedida del 15 de febrero de 1920, con
mucha claridad expositiva, publicado al año siguiente con el título de Exposición del Rector de la Universidad de Los
Andes y Director del Liceo de Mérida al renunciar a los cargos que desempeñaba (Mérida,
Universidad de Los Andes / Tipografía El Lápiz, 1921). En la misma advierte la
situación de la
Universidad de Los Andes durante sus prácticamente tres años
de rectorado. Unas dirigidas a la sociedad merideña de entonces; otras a
propuestas concretas para el futuro de la investigación que él no pudo llevar
adelante, referidas de manera solapada o directa. Dice Carbonell: “…la
tradición y la rutina son malas consejeras cuando se trata del progreso en su
manifestación más elevada: las Escuelas científicas...el progreso no es jamás
inoportuno, y cuando la hora suene, cuando en estos claustros se siembre la Ciencia Experimental,
veréis vosotros, o vuestros hijos, que no hay en Venezuela ciudad alguna en
donde los estudios puedan hacerse con tantos provecho como bajo este cielo…”
Agregando que “…las condiciones que reúne la ciudad de San Buenaventura, son
únicas en el país; su clima no tiene sin igual, sus panoramas inclina a la
contemplación que una dirección pedagógica bien llevada, transformaría en la
meditación provechosa.” Para finalmente señalar, de forma contundente, que: “Yo
no me explico por qué no se ha transformado ya a Mérida en la ciudad
universitaria de la
República, ella debe ser la sede del pensamiento, aquí debieran
venir los que desean cultivar las ciencias, aquí debían estar las escuelas
prácticas porque aquí el trabajo no cansa jamás. Además la civilización actual
exige para su desarrollo no sólo en Mérida el agua que es un maná de Dios…” Y
que: “…sólo entonces, habremos comprendido la necesidad de que la Universidad de Los
Andes sea la primera de la
República: un asilo para la sabiduría moderna, el asiento de la Experimentación
científica; la moderna Salamanca a donde vendrán los hijos a beber en las fuentes
no de la sabiduría medieval, sino en el torrente de la Ciencia Contemporánea,
amplia sin rutina y trascendencia.” Buenos deseos del rector Carbonell
desatendidos en lo inmediato y, problamente, todavía pendientes en su
desarrollo y proyección en la ciudad y la región desde 1810, cuando comienza a existir
la Universidad
de Los Andes.
Para concluir, cabe presentar tres
interpretaciones acerca de la actuación del Dr. Diego Carbonell en Mérida y su
Universidad. La primera de un contemporáneo de su actuación, Mario
Briceño-Iragorry, quien en 1920 hizo una serie de observaciones sobre el
personaje. Sólo vamos a referir sus visiones conceptuales y menos a sus logros,
que ya fueron expuestos y que más adelante también se mencionan. Dijo
Briceño-Iragorry: “En esta segunda década del siglo que corre, tal vez, no haya
existido otra personalidad que en las letras y en las Ciencias venezolanas haya
sido tan discutida como la del Doctor Diego Carbonell…Corresponde a
Mérida…definir y proclamar de una manera que por tan clara, se haga
incontrastable, lo fecundo, desinteresado y civilizador, de su actuación en
ella, en todos los órdenes, tanto de la vida pública como privada.” Carbonell
“…llegó a esta ciudad con el honroso encargo de diririgirla [la Universidad]…Todo lo que
es en Mérida valor intelectual y aun muchos de aquellos que no lo son,
aplaudieron calurosamente este nombramiento,
anunciador del renacimiento universitario…; trabajó tesoneramente porque el
Gobierno…restaurara la facultad de Farmacia y creara la de Agrimensura…, [la] que tuvo un
éxito notable; !veintidós alumnos inscribiéronse en élla¡ pero la Gripe hubo de suspender los
cursos. Pasados dos meses, aconteció una
cosa eminentemente merideña: los estudiantes desertaron por falta de
entusiasmo…Apenas llegado a Mérida, inicia…las Conferencias
Universitarias,…un torneo de cultura…, [que hicieron] trabajar a los intelectuales, proporcionar
actos de culto esparcimiento de la sociedad y recabar fondos…para un gran
proyecto filantrópico…, el Hospital Canónigo Uzcátegui…También es debido a sus
esfuerzos, la creación de la
Escuela de Enfermeras que funciona en la Casa de la Misericordia…y él
regenta todas las clases…ad honoren.
Otras son las apreciaciones sobre
Carbonell, así como muchos los asuntos descritos por Mario Briceño de su
actuación, pero el espacio periodístico para esta Crónica lo impide. Pero no
podemos dejar de mencionar los siguientes, que evidencian la situación de la
infraestructura de la
Universidad: “Pronto comenzó la labor constructora. El
claustro sur de la
Universidad fue hecho de nuevo; se ampliaron los salones de
estudio…con más de cien pupitres y bancos; la Biblioteca fue
ensanchada y los Gabinetes de Física y de Química fueron montados en
departamentos cómodos y modernos, en donde ya el Microscopio y los demás
aparatos no constituyen objetos de Museo, sino instrumentos de fecunda
experimentación. Para cualquiera que hoy entre
a la Universidad,
ocultas no están las obras que allí se realizan; maderas nuevas que se labran,
techos viejos que se echan a tierra, columnas sólidas de mampostería que se
levantan, materiales de construcción acopiados, y por todas estas partes el
periodo sonoro y bello del trabajo del obrero, precursor de la obra útil.”
(Mario Briceño-Iragorry: “La actuación del Doctor Carbonell en Mérida”. Ecos Andinos. Mérida, 11 de noviembre de
1920. Reproducido en Mario
Briceño-Iragorry: Mérida la hermética (Compilación,
introducción y notas de Rafael Ángel Rivas Dugarte. Mérida, Gobernación del
Estado Mérida / IDAC, 1997, pp. 113-121).
La segunda interpretación sobre la gestión del
Rector Diego Carbonell es la de Eloi Chabaud Cardona en su Historia de la
Universidad de Los Andes: “…llegó en el mes de julio
siguiente a Mérida, ciudad aparentemente pacífica y religiosa, donde no
obstante, cualquiera manifestación de
progreso espiritual que no estuviese cimentada en el credo católico, estaba destinada al fracaso debido al
obstinado rechazo de los menos y al testarudo fanatismo de los más…”. En
otro apartado de su libro señala: “Para el día de posesión del Rectorado de la Universidad…había en
la ciudad, según la invitación oficial hecha para asistir al acto, catorce
médicos, treinta y dos abogados, seis farmacéuticos, siete teólogos y
canonistas y un humanista, aquel de quien dijera el doctor Carbonell a Mariano
Picón Salas de los labios de don Carlos Zerpa he oído el francés más fluido por
un venezolano. Dentro de este mundo, científico-literario, iba a actuar el
nuevo Rector; y el cuerpo docente de la Universidad era la flor y nata de los pobladores académicos dominados
tradicionalmente por el sectarismo del clero y donde el doctor Carbonell
encontraría un ambiente estrecho por demás y al cual desde luego, como recién
llegado, desconocía totalmente.” Asimismo, Chalbaud Cardona manifiesta lo
siguiente: “Se ha dicho que el literato y científico, al llegar a Mérida, tuvo
que luchar fuertemente contra las intransigencias y la oposición local, enemiga
de sus ideas avanzadas. Esto no es totalmente cierto. No tenía Mérida entonces
hombres de la valía intelectual y científica como para obstaculizar gravemente
los propósitos reformistas del Rector, y prueba de ello es la fundación de las
Escuelas de Farmacia y de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales; la
iniciativa para la fundación del “Hospital de Niños Canónigo Uzcátegui”; las
Conferencias Universitarias; la reorganización de la imprenta del Instituto y
la publicación de varias obras científicas allí editadas, así como la
reaparición de la Gaceta Universitaria.”
(Eloi Chalbaud Cardona: Historia de la Universidad de Los
Andes. Mérida, Ediciones del
Rectorado, 1990, Tomo X, pp. 358 y
379-380).
Por su parte, Humberto Ruiz
Calderón, en el análisis parcial del discurso de despedida en febrero de 1920,
hizo algunos señalamientos de interés para reforzar nuestra insistencia en la
crisis histórica de la
Universidad de Los Andes. Ruiz considera a Carbonell como un
primer hito de los cuatro “…en el largo camino que ha llevado a la Universidad de Los
Andes a destacarse, dentro de las
limitaciones del país, por la actividad científica de sus profesores…” El
segundo, “las tareas modernizadoras de los doctores Pedro Guerra Fonseca,
Antonio José Uzcátegui Burguera, Eloy Dávila Célis y Mario Spinetti Berti”; el
tercero “a los inicios de la actividad de investigación en manos de los
inmigrantes europeos que llegaron a la
ULA al final de la Segunda
Guerra Europea y el último la fundación de la Facultad de Ciencias en
la década de los años 60.”
Una discutible periodización por su escasa trascendencia durante los años de
actuación de esos destacados universitarios y la exclusión de otros hitos
importantes, como es el caso del significado de la Ley de Universidades de 1970
para la investigación y el arranque definitivo del Consejo de Desarrollo
Científico y Humanístico en la
Universidad de Los Andes. Tema que analizaremos en otra
Crónica, pues nos interesa en esta ocasión lo concerniente al rector Diego
Carbonell. Coincidimos con Humberto Ruiz en que “…era un intelectual que se apoyaba en las enseñanzas positivistas
que asumía la mayor parte de la intelectualidad venezolana de entonces. Su
acción cultural dio relevancia a esas orientaciones que encontraron oposición
en sectores eclesiásticos de la sociedad merideña.” Agregando: “Él con su labor
había iniciado un cambio cultural, que lamentablemente se enfrentó a los
sectores locales más conservadores. Pero, las condiciones progresivas del
medio, esas que los positivistas (sic), le reconocían una fuerza indetenible
harían de Mérida un centro de ciencia con el tiempo…” Labor que Ruiz Calderón califica en dos
artículos, abajo citados, de “prolegómenos” y “premonitorios”, en base al
extracto de aspectos de su discurso de despedida, que no vería sus resultados
79 años después en la ULA. Discutible
también esta interpretación, si se considera el tiempo transcurrido desde 1917-1920
para que la institución universitaria andina despegara en materia de
investigación y la falta de programas institucionales orientados a ese fin, no
como actividad particular de los profesores-investigadores, como en efecto
siempre ha ocurrido hasta el presente. En otra ocasión nos referiremos al problema
de la investigación en la
Universidad de Los Andes, muy discutido y debatido en
distintos momentos, particularmente en la década de los ochenta del siglo XX.
Finalmente, los documentos citados en la mencionada
obra de Eloi Chalbaud Cardona, Tomo X, pp. 357-385. Véase también los artículos
del colega Humberto Ruiz Calderón: “Prolegómenos de la Investigación Científica
en la ULA”, Actual, 42 (Mérida, enero abril, 2000),
pp. 155-162 y “Diego Carbonell Espinel: Un discurso premonitorio”, Investigación. Revista del Consejo de
Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico de la Universidad de Los
Andes, 4 (Mérida, mayo-agosto de 2001), pp. 38-39. Diego Carbonell: Exposición del Rector de la Universidad de Los
Andes y Director del Liceo de Mérida al renunciar a los cargos que desempeñaba.
Mérida, Universidad de Los Andes / Tipografía El Lápiz, 1921. Gonzalo
Bernal: “Discurso al hacer entrega al Dr. Diego Carbonell del rectorado de la Universidad de Los
Andes”, en Discursos pronunciados por los
Doctores Gonzalo Bernal y Diego Carbonell. Mérida, 1917. Para quienes
deseen conocer la extensa obra científica, humanística, literaria e
historiográfica, sobre todo a cerca del Libertador Simón Bolívar, remitimos a
Ángel Raúl Villasana: Ensayo de un
repertorio bibliográfico venezolano (años 1808-1950). Caracas, Banco
Central de Venezuela, 1969, Tomo II, pp. 273-286.
(*) Coordinador
de la Cátedra Libre
de Historia de la
Universidad de Los Andes. Doctor en Historia (UCV, 2003).
Profesor Jubilado Activo de la
Escuela de Historia de la
ULA. Premio Nacional de Historia “Francisco
González Guinán” (1989). Premio Nacional de Historia (2019). Premio Nacional de
Cultura (2024). Investigador Emérito del Programa de Ciencia y Tecnología.
Investigador del Centro de Estudios Simón Bolívar